Domingo 3º de Cuaresma


A veces ocurre que probamos un bocado, una tapa, un guiso, que desconocíamos y caemos en la cuenta de que ¡cómo hemos podido vivir hasta ese momento privados de tal exquisitez! Abiertos los ojos a la nueva realidad, ya se nos hace imposible entendernos de otra manera. Y no sólo nos lanzamos ávidos a disfrutarla, además tiene que enterarse todo el mundo.
Ese es el itinerario personal de esta mujer samaritana, que, creyéndose poseedora del mejor y más exclusivo pozo, ante Jesús descubre qué grande es su sed y cuánta necesidad tiene del agua viva que salta hasta la vida eterna.
Si no dejamos a Jesús entrar en diálogo con nosotros, si creemos que escuchar a Jesús consiste sólo y únicamente en recordar y repetir lo que aprendimos como para salir del paso, sin rechazarlo pero tampoco llegar a intimar, con toda seguridad estaremos desaprovechando la mejor oportunidad de nuestra vida. Encerrados en nuestras cosas, nos privamos del gozo de saber qué a gusto se está al lado de Dios.
No pasemos de largo ante Él creyéndonos seguros y satisfechos con nuestros cántaros llenos. No le tengamos miedo cuando nos pida de beber. No le neguemos nuestro agua. Él necesita de nosotros. Y nosotros también de Él.
Si de verdad nos queremos, no nos cortemos las alas. Si apreciamos la vida, no consintamos caer en el conformismo. Si tenemos proyectos e ilusiones, seamos personas siempre sedientas.
¿Para qué sirve la sed? La sed es una necesidad (de la que algunos han hecho un pingüe negocio), pero también es el motor que saca al sediento de la inmovilidad y lo lanza hacia la fuente.
El sediento es el insatisfecho, el inconformista. Dice San Agustín que fue mucho más movido que la samaritana: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.
La sed nos lleva a plantearnos, como le ocurrió al pueblo de Israel, si «¿está o no el Señor en medio de nosotros?».
Somos unos privilegiados, porque reconociendo que estamos en búsqueda de calmar nuestra sed, sabemos dónde está quien lo puede lograr: «El que tenga sed que venga a mí y beba… y de lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva”, dice Jesús en el evangelio de San Juan.
Sólo nos falta una cosa: dar crédito a lo que ya sabemos y repetirnos, en oración de súplica a Dios: «Ojala, escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto».

Música Sí/No