Domingo 1º de Cuaresma



Cuando una persona, un colectivo, un pueblo entero, conoce su historia, su pasado y las dificultades que ha tenido que superar; cuando reconoce que su destino necesariamente ha de construirlo sobre la base de su presente; cuando sabe dónde reside lo importante y qué es lo accesorio y superfluo… esa persona, ese colectivo, ese pueblo todo están edificándose sólidamente.
Los cristianos no tenemos alternativa: sólo Dios. Lo que no es Dios, démosle el nombre que sea o disfracémoslo para que parezca importante, no nos vale.
Por eso la frase “sólo Dios basta” es mucho decir, es decirlo todo. Equivale a las palabras de Jesús: «Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto» y «No tentarás al Señor, tu Dios». Aunque tal vez estén más a nuestro alcance estas otras palabras: «No sólo de pan vive el hombre».
Tenemos que tomar decisiones en la vida, por supuesto; llegarán encrucijadas vitales en las que se nos propongan varias vías a seguir: qué voy a ser, cómo y junto a quienes, en qué lugar desarrollaré mejor mis capacidades, para quien o quienes emplearé mi vida, con qué equipaje me pondré en camino… Se trata de orientar esencialmente nuestra existencia, sabiendo o sospechando qué circunstancias vamos a encontrarnos en el tiempo y ejerciendo, o tratando de hacerlo lo mejor posible, desde el principio de sujetos agentes, no pacientes.
Jesús se lo planteó esto muchas veces y este texto evangélico lo presenta como anticipo y paradigma (ejemplo) de todas las tentaciones que experimentó a lo largo de su vida. Lo tenía muy claro y así nos lo ha dejado dicho.
Los cristianos debemos saber que no todo vale. Que sólo con Dios en nuestro centro vital acertaremos. Que en lo momentos transcendentales que nos lleguen: enfermedad, trabajo, familia, sociedad, muerte, nos llegarán las tentaciones de hacerlo trapaceramente, o esperando un milagro, o comprando/vendiendo voluntades, o adorando/sometiéndonos al dinero, o humillando/esclavizando a las personas…
Sólo Dios basta quiere decir: sólo Dios, sólo el Dios que tiene rostro humano, sólo el ser humano en quien Dios quiere ser reconocido.
Ni pan a cualquier precio, ni mi yo por encima o por delante de nadie, ni juego sucio o atajos para conseguir los objetivos.
Los cristianos, en este llano de la vida, hemos de vivir soportando y venciendo tentaciones, como lo hizo Jesús, como se comprometió a hacerlo el pueblo de Israel, teniendo a Dios bien cerca, si es posible en el mismo centro. Su palabra es firme, «la tenemos en los labios y en el corazón», dice San Pablo; que termina con estas palabras: «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará». Que así sea.

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