Domingo 34º del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Rey del Universo


La festividad de Cristo Rey que hoy celebramos sólo podemos entenderla desde las tres lecturas que se acaban de proclamar, y como colofón de todo el año, que hoy termina, de escuchar el mensaje de Jesús en el Evangelio y en nuestras celebraciones dominicales.

Jesús nos muestra a Dios, y nos lo explica con todo detalle como un Padre que cuida de nosotros, de ahí la imagen del pastor; y como Amor que ansía serlo en todo cuanto vive. Por eso acabará destruyendo a la muerte, vaciándola de sentido y razón.

Hoy Jesús pone remate a todo, haciendo un resumen del Evangelio. Responde a la pregunta final: ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo estaremos acertando?

El domingo pasado, comentando la parábola de los talentos, éramos nosotros los que hacíamos nuestro balance particular, mirándonos en el espejo de la vida. Recordad que os invité a reconocernos más allá de nuestra simple apariencia, y a ver el fondo del corazón.

Hoy es el espejo mismo el que nos responde, que es Jesús en persona.

Puede llamarnos la atención que no haga ninguna alusión a nuestra vida piadosa, a las prácticas religiosas y a la pertenencia o no a la Iglesia.

En este a modo de juicio final se tiene en cuenta únicamente el ejercicio de la más simple y pura humanidad. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a las personas necesitadas.

El evangelio es tan claro y explícito que no se puede desmenuzar más: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».

Hoy queda sellado el ciclo completo de un año litúrgico redondeando y delimitando todo su sentido: Volvemos a la Navidad, al Dios solidario con el ser humano, que se hace carne y sangre, vecino de dichas y quebrantos, médico y samaritano, abordable por cualquier ser humano tanto más entre los pucheros que en los ritos sagrados, más en lo carnal que en lo espiritual.

El culto que le demos, nuestra adoración, pasa forzosa, necesariamente a través de esa humanidad que Dios ama.

Y si os parece esto un poco exagerado, dejémoslo en vasos comunicantes; no vale decir hemos rezado mucho, hemos tenido mucha vida interior, hemos frecuentado los sacramentos, si no hay hechos concretos de amor que nivelen nuestra balanza.

Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.

En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún otro lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús. Ahí, y con prioridad sobre todo, quiere Dios que le demos culto. Por eso es nuestro Rey.

Música Sí/No