Domingo 25º del Tiempo Ordinario


¿Cómo miramos? Se trata de una pregunta que convendría hacerse, y responderse.

No es infrecuente escuchar a alguien decir que desde que encontró trabajo empezó a mirar las cosas, la vida, por ejemplo, de otra manera. O esa pareja que les llegó tener descendencia y todo cambió, hasta la forma de mirar.
Una madre mira de una manera, un jefe de otra. Un político nos ve como votos posibles, un cantante como discos vendidos y un constructor como futuros compradores.

Consideramos que un propietario rico mira a la gente como mano de obra barata, y nosotros miramos nuestro trabajo como horas rendidas.
La mirada de Dios, sin embargo, es de otra manera. Con amor miró al pueblo de Israel y lo eligió y acompañó siempre. A pesar de ello, Israel en ocasiones se consideró en desventaja con otros pueblos, que estaban mucho mejor que él. De ahí su queja permanente. Ay, las cebollas de Egipto…

Pablo se sintió mirado por Cristo, y desde entonces fue dichoso, que es lo mismo que bienaventurado. A partir de ahí, para él todo fue ganancia.
Cuando Dios nos mira, no ve unos peones desocupados que le vienen bien a su hacienda. Así nos vemos nosotros, pero Dios no. Por eso ocurre lo que ocurre. Que nosotros exigimos nuestra paga, y miramos también la del vecino; y comparamos.

Dios sin embargo nos lo da todo. Y ante nuestra queja, que consideramos justa al comprobar lo que reciben otros, nos hace ver que nuestra mirada está enferma de falta de amor.

Nunca diremos todo cuando decimos que Dios nos tiene como hijos. Nos cuesta entenderlo, porque consideramos que merecemos más. Medimos por cantidad, no por calidad. Valoramos según medida. ¿A quién quieres más? ¿Cuánto me quieres? dice alguien a alguien. ¡A ver, a ver cómo me quieres? Y esperamos un achuchón, y unos mimos, y la propina.

Si miráramos como Dios no existiría medida capaz, porque no se trata de cantidad, sino de totalidad.

Esto es lo que no entendieron los trabajadores de la primera hora en aquella viña. Lo mismo que tampoco aceptaba el hijo mayor de aquel padre bueno que recibió al hijo perdido con los brazos abiertos a la puerta de la casa común: Dios es de todos y para todos, y no depende de nuestros cálculos, dignidades y méritos propios o adquiridos.

Dios se nos ha dado sin medida, y su amor tiene una sola pega: empieza por los más débiles, por los que menos cuentan, por los últimos.

Música Sí/No