Domingo 11º del Tiempo Ordinario


     El domingo pasado alguien me avisó lo que a un cura que se enrollaba mucho en misa le dijeron: "Al avío, padre cura, que la misa no engorda y en que en tiempo de melones, sobran los sermones". Yo sé muy bien lo que el cura respondió entonces, retóricamente claro: "Hijo, ¿y en tiempo de sandías, qué? En tiempo de sandías… ¡hasta las homilías!"

     Capto, pues, la indirecta de que sea más breve en mis intervenciones en público y de que en verano levantemos un poco las exigencias homiléticas.

     Dicho lo cual, a estas alturas de nuestra historia y de nuestra fe sería muy conveniente que todos y todas cayésemos convencidos de que Dios nunca se niega al perdón. Quien es amor no puede condenar. Y que cuando hablamos de ello sólo estamos proyectando nuestro modo de actuar y nuestros propios defectos. Vemos que son otros los que quieren apartar de Jesús a la mujer, y es precisamente Jesús el que recibe y acoge, el que reconcilia y despide en paz.

     Lo hizo Jesús con los niños, con los enfermos, con los extranjeros, con las mujeres, en fin, con los más desvalidos y rechazados de su tiempo. A todos acogía, en ellos quiso y quiere verse tratado y atendido.

     No quiero dejar de comentar una frase que despunta en el evangelio: «Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama». No parece que Jesús esté concediendo el perdón gracias al esfuerzo personal, ni tampoco al arrepentimiento comprobado. Sólo aparece una razón: hay perdón porque hay amor.

     Dios sólo sabe amar, no sabe otra cosa; tampoco podría hacer otra diferente. Sabernos amados por Dios produce en nosotros lo que llamamos perdón, que es el resultado del amor de Dios sobre nuestra ignorancia, nuestra inconstancia y nuestra altivez. El juicio se da en nosotros, no en Dios, al vernos confrontados con su amor.

     Por tanto ni nos separemos de Dios, ni apartemos de Dios a los demás. Jesús no lo hizo, todo lo contrario: "Pues yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí" (Jn 12, 32)

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