Domingo 25º del Tiempo Ordinario


La primera lectura de hoy, del libro de la Sabiduría, casi parece extraída del acerbo popular, de donde salen tantos proverbios y refranes: Si nuestro mundo estuviera habitado por personas buenas-buenas y malas-malas, las malas querrían poner a Dios en el trance de tener que dar la cara por las buenas. De la otra parte, la persona que está llamada a ser justa sólo debe preocuparse de llevar una vida honrada y confiar en Dios.
Santiago, en la segunda lectura, no nos dice nada que no sepamos ya, pero lo dice con mucha claridad: el mal que existe en nuestro mundo no se debe a unos extraterrestres conocidos como demonios, sino a nuestra corrupción personal, social y política.
Finalmente, el evangelio continúa presentando a Jesús que enseña a sus discípulos las exigencias del Reino. Mientras, ellos discuten por los primeros puestos.
La radicalidad y contundencia con que Jesús habla de sí mismo en su enfrentamiento con el modo de pensar y los valores dominantes de este mundo las concreta en dos actitudes que sus seguidores han de atender y asumir:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo nadie ha de pretender estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor de todos».
Y, la segunda: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un «pequeño» está acogiendo al más «grande», a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado.
Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús.

Música Sí/No