Domingo 16º del Tiempo Ordinario


La Palabra de Dios sorprende hoy con una dura condena de los que manejan al pueblo a su antojo. Jeremías, el profeta, no se queda en la queja, sino que promete gobernantes y responsables diligentes que devuelvan al pueblo el bienestar, la libertad, la justicia y la paz.
San Pablo, en su escrito más ecuménico, proclama que Jesús ha roto las barreras que separaban a los seres humanos. Su muerte y resurrección ha originado el nacimiento del hombre nuevo.
La multitud persigue a Jesús, porque está como un rebaño sin pastor. En torno a él, lejos de sus casas y de sus ciudades, encuentran la calma y el reposo y pueden escuchar la palabra de Dios.
Está bastante extendido el sentimiento que tenemos de que en la Iglesia seguimos los mayores, en tanto que los jóvenes se desapegan de la fe. Un día tendremos que revisar ante Jesús, nuestro único Señor, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están marchando poco a poco de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros su Evangelio y porque ya no les dicen nada nuestros discursos, comunicados y declaraciones.
Personas sencillas y buenas a las que estamos decepcionando porque no ven en nosotros la compasión de Jesús. Creyentes que no saben a quién acudir ni qué caminos seguir para encontrarse con un Dios más humano que el que perciben entre nosotros. Cristianos que se callan porque saben que su palabra no será tenida en cuenta por nadie importante en la Iglesia.
Un día el rostro de esta Iglesia cambiará. Aprenderá a actuar con más compasión; se olvidará de sus propios discursos y se pondrá a escuchar el sufrimiento de la gente. Jesús tiene fuerza para transformar nuestros corazones y renovar nuestras comunidades.

Música Sí/No