Domingo 2º de Navidad

 
Según caigan las fechas centrales, puede haber un domingo durante la Navidad que no celebra ninguna fiesta particular, y que en la liturgia se denomina domingo segundo de Navidad. No todos los años existe, pero cuando existe, es como un duplicado del día de Navidad.
Aprovechando el texto del comienzo del evangelio de San Juan, la Iglesia nos invita a reflexionar en toda la riqueza teológica de estos días.
La encarnación es el misterio más central de nuestra fe cristiana y del que tal vez menos aprovechemos precisamente por las fechas en que lo celebramos. Entre comidas, reuniones familiares, vacaciones y reyes se nos van casi todas las fuerzas. Sin embargo, aquí están todas las respuestas a todas las preguntas que desde siempre se ha hecho el hombre, esas preguntas transcendentales sobre sí mismo: ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?, ¿qué es la vida?, ¿por qué la muerte?…
Confesar que Dios se hizo carne es confesar que esta carne nuestra, tan desvalida, tan incapaz, tan mortal, está habitada por Dios. No es que nuestra carne tenga ansia de Dios, es que Dios está en ella reclamando para sí el mismo respeto y plenitud que tiene Dios. Dios ya no está allá fuera y lejos; está aquí dentro, en el lugar donde menos se le busca.
En la encarnación de Dios se está proclamando el proyecto que Dios tuvo desde siempre: que no hubiera distancia entre Él y nosotros. Por eso su gloria no está separada de nuestra paz, según el anuncio de la nochebuena. Por eso su resurrección tampoco está separada de la nuestra, según el anuncio de la pascua.
Los cristianos, más que hombres y mujeres que practican una religión, somos ciudadanos de este mundo que viven su conciencia de pertenecer a una humanidad nueva: encarnados y resucitados. Por eso ninguna circunstancia de este mundo nos es ajena y ante ninguna de ellas, por más desesperada o irresoluble que parezca, nos rendimos. No somos escapistas, no podemos serlo sin renunciar a nosotros mismos. Tampoco somos acomodaticios: no perdamos de vista que hay tinieblas que no aceptan la luz, que hay un mundo que rechaza al que se encarna.
Nos queda ya poco de Navidad, por eso debemos aprovechar esta oportunidad que se nos brinda: tenemos demasiado olvidada nuestra condición divina o tal vez la buscamos donde no puede estar. Centremos nuestra atención en quedarnos con lo mejor de estos días: que somos seres bendecidos con la mejor de las bendiciones, elegidos desde antes de la creación de mundo, predestinados a ser hijos. Dios está siempre en nosotros y lo único que necesitamos es hacernos conscientes de ello.

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