Domingo 30º del Tiempo Ordinario


Tal vez las palabras de Jesús nos parezcan tan evidentes que no necesiten ni comentarios ni explicaciones. Su respuesta, a la pregunta que le hacen “los amigos” que tanto le siguen y le persiguen, la hemos aprendido desde pequeños, y nos sale de corrido.

Otra cosa es qué sea eso del amor.

Ya les pasó a los antiguos, que creían que lo sabían, y hubo que convertirlo en normas y preceptos, para que nadie se pasara de la raya, o no llegara ni siquiera a acercarse a ella.

Fijaros lo que dice la primera lectura de hoy:

«Esto dice el Señor:
No oprimirás ni vejarás al forastero
    porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos,
    porque si los explotas y ellos gritan a mí
    yo los escucharé.
Se encenderá mi ira y os haré morir a espada,
    dejando a vuestras mujeres viudas
    y a vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo,
    a un pobre que habita contigo,
no serás con él un usurero
    cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo
    se lo devolverás antes de ponerse el sol,
porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo,
    ¿y dónde, si no, se va a acostar?
Si grita a mí yo lo escucharé,
    porque yo soy compasivo.»

No hace falta mucho esfuerzo de nuestra imaginación para comprender que, tras muchos siglos de convivencia y práctica de la religión, estamos ahora casi como al principio.

¡Qué bien vendrían ahora leyes que concretaran qué es amor, y no tuviéramos que improvisar!

Nosotros, sin embargo, tenemos algo mejor que unas leyes; Jesús, una persona que vivió de tal manera el amor, que decimos que a través suyo hemos conocido el amor de Dios.

Hoy, día del DOMUND, la Iglesia nos recuerda a tantos cristianos y cristianas convencidos, que dejándose llevar por el amor en volandas, lo han dejado todo para vivir en exclusiva al servicio de quienes nada tienen, y por tanto con nada pueden pagar.

Nosotros, para seguir a Jesús e imitarle, no tenemos que irnos tan lejos convertidos en misioneros; basta que expresemos el amor sincero a Dios alimentado en celebraciones sentidas y vividas desde dentro; y el amor al prójimo fortaleciendo el trato amistoso entre los creyentes e impulsando el compromiso con los necesitados. Contamos con el aliento de Jesús.

Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Este texto evangélico lo hemos escuchado aquí, y yo lo he comentado con vosotros, tantas veces, que la última según recuerdo, lo leímos al revés.

Y es que, como dije el domingo pasado, Jesús habla muchas veces con humor, porque lo tenía, vaya si lo tenía. Pero hoy da la impresión de que se ha puesto serio y ha sido incluso tajante.

Salvando todas las distancias que fuera necesario saltar, los que se acercan a preguntarle se parecen a esos familiares o amigos que cuando éramos pequeños nos preguntaban “¿A ver, miguelito, a quién quieres más, a papá o a mamá?”, como si más que niños nos consideraran tontos. En lo que yo recuerdo, cuando me ocurría a mí, tal pregunta me llenaba de zozobra, y responder respondía, pero de mala gana y por educación; sólo para salir del paso decía cualquier cosa.

Era una pregunta tramposa.

Como la respuesta la tenemos en el evangelio bien clarita, no nos detenemos más en ella. Ahí se nos dice cual es el sentimiento más fuerte por el que nos debemos llevar siempre: Amar a Dios sobre todas las cosas, y amarnos unos a otros como Él nos ama.

Tengo especial interés en que fijéis vuestra atención en las palabras con que se presentan ante Jesús este grupo de conchabados y retorcidos preguntones. Llegan y le dicen: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias».

Es verdad que ellos lo dicen en tono irónico, porque tienen un corazón malo; pero sus bocas expresan lo que su ser más profundo siente, aunque no lo crean ni lo vivan. Pretenden adular a quien a continuación tienden una trampa, pero suena a profesión de fe, a alabanza indiscutible, a reconocimiento de quien es maestro y guía en el camino a Dios.

¿De verdad creen lo que dicen? ¿Creen y por eso hablan?

¡Cuántas veces nosotros mismos decimos lo que no sentimos, y nos quedamos tan anchos!

Ayer hubo una conexión mundial para expresar el descontento ante este mundo y sus estructuras. Miles de ciudades se vieron invadidas, al grito de ¡no es esto lo que queremos!, por multitudes de personas que dijeron lo que nosotros estamos diciendo siempre que nos dirigimos a Dios y le decimos: «venga a nosotros tu Reino».

Los que se manifestaron ayer, los cristianos cuando rezamos el padre nuestro, sabemos que este mundo nunca cambiará a mejor si no nos ponemos manos a la obra, si no encarnamos lo que decimos de palabra, si no reconocemos al Dios que nos eligió diciéndonos: «te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro». Y ese Dios, nuestro Dios, quiere que le ofrezcamos nuestro mejor sacrificio, el derecho y la justicia.

No se trata del dilema o Dios o este mundo. Apostar por el ser humano es apostar por Dios. Tomar partido por las víctimas de un sistema injusto e inhumano es hacer Reino de Dios. Gritar y actuar en pro de los que son sacrificados por un estado de bienestar para unos pocos, es dar la vida por el hermano. Y todo ello es buscar el Reino de Dios y su justicia. Lo demás, lo iremos alcanzando poco a poco.


El próximo domingo es el DOMUND.



Domingo 28º del Tiempo Ordinario


En la cultura bíblica la teología del banquete final ocupa un puesto importante. Según ella, al final de los tiempos, Dios sentará a la mesa a todos los pueblos de la tierra; será un signo de comunión y protección. Allí los pueblos en fiesta reconocerán que Yahvé es Dios, el único; desaparecerá todo sufrimiento, incluida la muerte, y todos serán un solo pueblo.

Jesús, ante la actitud de los sumos sacerdotes y de los senadores del pueblo, vuelve a hablar utilizando una parábola para reflejar el Reino de Dios como un banquete. Es una idea que sus oyentes comprenden perfectamente. Y nosotros también.

Un banquete de bodas es el símbolo por excelencia de la alegría, del encuentro, de la comunión y también de la intimidad. Dios quiere todo eso para los invitados. Y procura que todos estén convenientemente enterados e informados. Pero empiezan las sorpresas: la primera, el rechazo absurdo a asistir. Todos tienen cosas más importantes que hacer. Incluso algunos maltratan a los mensajeros hasta matarlos. Pero Dios no suspende la fiesta, segunda sorpresa. Dirige su invitación ahora a destinatarios insospechados, de toda condición: "buenos y malos". Como es de suponer, la sala de llena de gente, todos marginados de las "cunetas y los caminos", y en ella encuentran acogida. Y viene la tercera sorpresa: no es suficiente haber entrado; aunque no ha habido previo aviso, se requiere vestir traje de fiesta.

El significado que tiene esta parábola en boca de Jesús lo indica el mismo Evangelio de Mateo, que es la frase final que no recoge la lectura de hoy; dice: "Se retiraron entonces los fariseos para elaborar una plan para cazar a Jesús con una pregunta".

Si después de esta homilía que estoy dirigiéndoos, a la salida os organizáis para pensar un plan y cazarme, ¿qué será lo que os he dicho? Ciertamente nada agradable. Mucho más, algo tan duro que os he sacado de vuestras casillas. Ya vuelve, otra vez, a reñirnos; siempre nos está riñendo, en lugar de animarnos y felicitarnos.

No son palabras mías, es que es lo que el evangelio dice. Misterio terrible de la bondad de Dios, que siempre está llamándonos, y de nuestra estupidez, que podemos negarnos a responderle.

El banquete que Dios prometió a nuestras padres antiguos lo realizó definitivamente en su Hijo. Hoy nos invita insistentemente a nosotros. Y solamente espera que participemos vestidos con el traje apropiado.

Su llamada e invitación nos llega siempre, pero se hace especialmente notoria en determinados momentos y desde circunstancias señaladas.

A veces con fuerza, otras como en susurros. Y es posible que llegue a ocurrir de sopetón. No es lo normal, pero ocurre.

Importa y mucho cómo le respondemos. Porque él no cesa en su llamada. Nos busca, incluso nos persigue, porque su amor es así de terco, de constante y de verdadero.

Si estamos atendiendo a la llamada del bien, del amor y de la justicia, casi con toda seguridad es a Dios mismo a quien estamos respondiendo.

Domingo 27º del Tiempo Ordinario


El refrán que dice “Agua pasada no mueve molino” aconseja no volver ya sobre aquello que, para bien o para mal, ha ocurrido y no tiene remedio. Hay otra frase que en estos tiempos se recuerda mucho, que dice: “El pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo”.

Ambas son verdad en nuestro caso. Lo que ocurrió entre Dios y su pueblo, Israel, relatado en el canto a la viña del profeta Isaías, y recogido después por Jesús en esta parábola evangélica no tiene porqué influir en nosotros, es cosa del pasado. Pero de alguna manera también es nuestra historia, y el desencuentro de Israel con su Dios es paradigma de nuestro propio desencuentro.

Israel falló a Dios. ¿Le estaremos fallando también nosotros? Veámoslo detenidamente:

Dios ha puesto amor en la raíz de cada ser humano; nosotros hemos inventado el desamor y la violencia.

Dios nos regaló la alegría de compartir y perdonar; nosotros hemos endurecido el corazón y lo hemos envuelto en cien mil formas distintas de agresividad y de avaricia.

Dios sembró de fraternidad y de paz cada surco de esa viña feliz que él plantó y que somos cada uno de nosotros y la humanidad entera; nosotros le devolvemos cada día una enorme cosecha agria y sombría, de enfrentamientos y de injusticia.

Dios se nos revela como Padre y se ofrece al ser humano como Dios de entrañas maternales; nosotros levantamos por todas partes dioses, ídolos y banalidades.

Pues sí, ciertamente le estamos fallando. Pero no estamos en la misma situación que antaño. Porque Dios ha dicho una Palabra definitiva en nuestro favor, de la que no se va a retractar. Nos ha reconciliado con él en su hijo de una vez y para siempre.

Por eso San Pablo afirma: Nada os preocupe (…) Ahora, eso sí hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta.

Tenemos en nuestras manos algo que no nos merecemos, pero que nos es tan necesario “como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto”; y que precisamente por ello tenemos que cuidar con esmero. Porque somos administradores de la bondad y justicia de Dios en favor de la humanidad toda; somos su pueblo, la Iglesia de su rebaño. Y no “fieramente existiendo ni ciegamente afirmando”, sino mansamente sugiriendo y proféticamente proponiendo, nuestra es ahora la palabra para consolar a este mundo desolado y frío: sí, es posible, y entre todos podemos hacerlo, ese mundo mejor en el que todos pensamos, el que Dios soñó cuando nos dio el ser. Donde ya no mueran de hambre por millones, nadie se prepare para hacer la guerra y todos nos miremos de igual a igual, respetando la diversidad de creencias y buscando entre todos el bien común.

Que el Señor nos ayude a dar los frutos que Él espera. “Sean gritos en el cielo; en la tierra, actos”.

Música Sí/No