Domingo 29º del Tiempo Ordinario


Este texto evangélico lo hemos escuchado aquí, y yo lo he comentado con vosotros, tantas veces, que la última según recuerdo, lo leímos al revés.

Y es que, como dije el domingo pasado, Jesús habla muchas veces con humor, porque lo tenía, vaya si lo tenía. Pero hoy da la impresión de que se ha puesto serio y ha sido incluso tajante.

Salvando todas las distancias que fuera necesario saltar, los que se acercan a preguntarle se parecen a esos familiares o amigos que cuando éramos pequeños nos preguntaban “¿A ver, miguelito, a quién quieres más, a papá o a mamá?”, como si más que niños nos consideraran tontos. En lo que yo recuerdo, cuando me ocurría a mí, tal pregunta me llenaba de zozobra, y responder respondía, pero de mala gana y por educación; sólo para salir del paso decía cualquier cosa.

Era una pregunta tramposa.

Como la respuesta la tenemos en el evangelio bien clarita, no nos detenemos más en ella. Ahí se nos dice cual es el sentimiento más fuerte por el que nos debemos llevar siempre: Amar a Dios sobre todas las cosas, y amarnos unos a otros como Él nos ama.

Tengo especial interés en que fijéis vuestra atención en las palabras con que se presentan ante Jesús este grupo de conchabados y retorcidos preguntones. Llegan y le dicen: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias».

Es verdad que ellos lo dicen en tono irónico, porque tienen un corazón malo; pero sus bocas expresan lo que su ser más profundo siente, aunque no lo crean ni lo vivan. Pretenden adular a quien a continuación tienden una trampa, pero suena a profesión de fe, a alabanza indiscutible, a reconocimiento de quien es maestro y guía en el camino a Dios.

¿De verdad creen lo que dicen? ¿Creen y por eso hablan?

¡Cuántas veces nosotros mismos decimos lo que no sentimos, y nos quedamos tan anchos!

Ayer hubo una conexión mundial para expresar el descontento ante este mundo y sus estructuras. Miles de ciudades se vieron invadidas, al grito de ¡no es esto lo que queremos!, por multitudes de personas que dijeron lo que nosotros estamos diciendo siempre que nos dirigimos a Dios y le decimos: «venga a nosotros tu Reino».

Los que se manifestaron ayer, los cristianos cuando rezamos el padre nuestro, sabemos que este mundo nunca cambiará a mejor si no nos ponemos manos a la obra, si no encarnamos lo que decimos de palabra, si no reconocemos al Dios que nos eligió diciéndonos: «te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro». Y ese Dios, nuestro Dios, quiere que le ofrezcamos nuestro mejor sacrificio, el derecho y la justicia.

No se trata del dilema o Dios o este mundo. Apostar por el ser humano es apostar por Dios. Tomar partido por las víctimas de un sistema injusto e inhumano es hacer Reino de Dios. Gritar y actuar en pro de los que son sacrificados por un estado de bienestar para unos pocos, es dar la vida por el hermano. Y todo ello es buscar el Reino de Dios y su justicia. Lo demás, lo iremos alcanzando poco a poco.


El próximo domingo es el DOMUND.



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