Domingo 29º del Tiempo Ordinario


“Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa”. (J.A.Pagola)

Según la Sagrada Escritura, así era la oración de Moisés allá en lo alto del monte, mientras su pueblo luchaba en el campo de batalla por su supervivencia. Sus brazos levantados hasta la extenuación. Y fue la oración confiada y compartida la que fue escuchada.

Esta es la oración que Jesús aconseja, la que clama justicia, sin desanimarse, contra toda esperanza.
Pero hace falta fe, y Jesús nos mira y nos pregunta, si nosotros la tenemos.

Pues nosotros sí rezamos, podemos contestar. Y enumeramos la de cosas que pedimos, y los momentos en que lo hacemos. Y algún pequeño puede decir que se sabe lo de las cuatro esquinitas de su cama. Y algún papá, que cuando se sientan todos a la mesa rezan dando gracias antes del primer bocado. Y también habrá mamás que digan que con sus hijos el padrenuestro es cosa sabida y muy usada.

Y para entender lo que Jesús nos pregunta es necesario antes tratar de ver si le hemos acogido, si es la Palabra entera de Dios la que aceptamos. Si al rezar levantamos los brazos, como Moisés, porque nos sentimos solidarios con nuestro pueblo sufriente, y los mantenemos alzados contra viento y marea, y requerimos de otros que nos ayuden a mantenerlos en alto, haciendo que nuestra oración sea común, solidaria, confiada, clamorosa, protestona, subversiva.

Así entiendo yo la recomendación que Pablo dirige a su discípulo y compañero Timoteo: eso es proclamar la Palabra de Dios, recibida desde el principio, a tiempo y a destiempo, con toda energía, enseñando, exhortando, corrigiendo, reprendiendo.

Es la justicia la que ha de mover nuestra plegaria, no nuestro egoísmo; ha de ser el sufrimiento ajeno, más que el propio, el que nos lleve a orar; y ha de ser nuestra mejor oración creyente no descansar en la búsqueda de un mundo mejor, de una justicia mayor, de un reino de Dios para todos.

En unas palabras de la santa castellana que hemos celebrado hace unos días, Teresa de Jesús: rezando y con el mazo dando, confiar en Dios pero aplicar en ello todas nuestras fuerzas.

Música Sí/No