No debiéramos cansarnos de considerar
y entender que la fe cristiana ha llegado hasta nosotros en forma de relato. Es
decir, como experiencia vivida por generaciones pasadas en los hechos concretos
de su historia, de un Dios que, sin forzar la realidad, está en ella.
Por tanto, mucho más que la letra en
que nos llega, importa el espíritu que la inspira y anima. Mirar a lo de atrás
para repetirlo es traicionar el mensaje, que se actualiza constantemente al
servicio de la vida.
Eso es lo que echa en cara Jesús a los
que se dicen cumplidores porque atienden a los ritos y observan al pie de la
letra las tradiciones: Están olvidando el mandamiento de Dios, que no quiere
que le honren con los labios sino con el corazón.
Nuestra responsabilidad como discípulos
de Jesús y miembros de la Iglesia no es repetir el pasado, sino hacer posible
en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con
tradiciones humanas, por muy venerables y arraigadas que puedan parecer.
La Carta de Santiago nos orienta
adecuadamente para cumplir las palabras de Jesús: «La religión pura e
intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus
tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo».
Vivir así es estar en permanente
conversión a nuestro único Maestro y Señor, Jesucristo, desde unas comunidades
cristianas fieles al Evangelio y adaptándolo al proyecto del reino de Dios en
la sociedad contemporánea.