Continúa Jesús con su discurso sobre
el pan de vida que venimos escuchando desde domingos anteriores.
Podemos escucharlo rutinariamente, y
después ponernos a la fila, como de costumbre, para comulgarle una vez más, sin
que se produzca en nosotros ningún cambio significativo.
Si fuera una decisión tomada con
verdadera hambre de Jesús, buscando desde lo más profundo encontrarnos con Él,
ansiando abrirnos a su Espíritu para que marque y potencie lo más noble y bueno
que hay en nosotros, y luego dejarnos llevar dócilmente, interiorizaríamos sus
actitudes más básicas y esenciales; encenderíamos en nosotros el instinto de
vivir como él; despertaríamos nuestra conciencia de discípulos y seguidores
para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de
Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
El texto evangélico es rotundo, casi
agresivo: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Ser como Jesús, vivir como Jesús, dar
la vida como Jesús.