Domingo después de la Natividad. La Sagrada Familia


Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, y todo nos invita a hablar de nuestra vida familiar, que como cristianos hemos considerar en relación con la familia de Jesús.

Hagámoslo, pero sin distorsionar ni nuestra realidad, ni la enseñanza y vivencia del mismo Jesús. Lo haríamos si al tomar como modelo a María, José y Jesús, dedujéramos que ese es el referente único y unívoco: sólo ése y de esa manera. Porque entonces no sabríamos por dónde empezar. Y también nos estaríamos equivocando si de nuestro modelo de familia tradicional trasplantáramos a Jesús nuestros modos y maneras.

Joaquín, a quien vamos a bautizar hoy, ha nacido fruto del amor de sus padres en una familia cristiana. Cuando tenga capacidad de razonar y decidir por sí mismo, lo podrá hacer porque haya crecido madurando a la vida y a la fe bien arropado y acompañado. Entonces podrá decir sin contradecirse que tiene familia.

Y en la catequesis a la que asista descubrirá que Jesús tuvo una familia como él, plenamente humana. Que María, la madre, acogió en su corazón muchas cosas sin entenderlas, y su sí a Dios fue total. Que José, guardó silencio ante el misterio de Dios que en la noche le estaba también pidiendo colaboración. Que Jesús no fue del todo comprendido por sus padres, incluso cuando afirma convencido que debe atender antes que nada los asuntos del Abba.

Joaquín deberá llegar a comprender que, para Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y solidaria, tal como la quiere Dios. Y que a sus padres le une la sangre y la carne, pero mayor aún es el lazo de humanidad que sepan y puedan establecer.

Para no personalizar en vosotros dos lo que pretende ser una reflexión comunitaria, voy a expresar en voz alta una preguntas al hilo de nuestra vida de familia. ¿Cómo somos? ¿Cómo vivimos?

¿Vivimos comprometidos en una sociedad mejor y más humana, o encerrados exclusivamente en nuestros propios intereses? ¿Educamos para la solidaridad, la búsqueda de paz, la sensibilidad hacia los necesitados, la compasión, o enseñamos a vivir para el bienestar insaciable, el máximo lucro y el olvido de los demás?

¿Qué está sucediendo en nuestros hogares? ¿Se cuida la fe, se recuerda a Jesucristo, se aprende a rezar, o sólo se transmite indiferencia, incredulidad y vacío de Dios?. ¿Se educa para vivir desde una conciencia moral responsable, sana, coherente con la fe cristiana, o se favorece un estilo de vida superficial, sin metas ni ideales, sin criterios ni sentido último?.

Joaquín, cuando pueda hacerlo, responderá según lo haya aprendido en su familia más próxima y en la familia más grande, la eclesial. Ambas, si son cristianas, le habrán ayudado a ser humano. Porque hijo de Dios ya lo es, y vamos a celebrarlo ahora mismo.

Natividad del Señor

 
Esta mañana ha amanecido un sol de justicia. Estamos de enhorabuena porque Dios sigue apostando por nosotros, los seres humanos. Alguien pudiera decir que no nos lo merecemos, y es verdad. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo que valga realmente la pena? En nuestras vidas abundan más las noches oscuras que las mañanas soleadas. En nuestro mundo dejamos que dominen las tinieblas más que la luz que todo lo domine.

Sin embargo Dios sigue encarnándose, haciéndose el Dios-con-nosotros. No estamos condenados al desastre sino al triunfo y a la plenitud.

Un Niño se nos ha dado, es posible la esperanza, el Amor sigue abundando, aunque se revista de pequeñez y anonimato. Allá por donde vayamos lo descubriremos a poco que miremos con ingenuidad y sencillez. La bondad seguirá existiendo en nuestra tierra, no importa que por momentos el frío nos congele el corazón. Siempre estará ahí, disponible y ofreciéndonos calor y humanidad.

Felicitémonos, hermanas y hermanos, Dios nos quiere y no se avergüenza de ello. Contemplemos el milagro y hagamos que Navidad sea siempre, hoy y todos los días. En nuestra mano está, no acallemos la Palabra ni apaguemos la Luz. ¡Feliz Navidad!

Domingo 4º de Adviento


En el umbral de la Navidad, justo a sus puertas, la liturgia de este último domingo de Adviento nos ofrece esta bella historia, una escena simbólica llena de matices, del viaje de María a la casa de su prima Isabel. No sabemos si le llevó un regalo. Lucas no lo menciona. Tampoco lo menciona expresamente, pero podemos entender que en aquel gesto de María hacia su prima, Dios visita a su pueblo, como lo había hecho tantas veces en tiempos anteriores, pero en esta ocasión de un modo inefable, irrepetible y definitivo.
 
En Isabel descubrimos que la humanidad, Juan en su seno, salta de alegría ante la presencia de su Señor.
 
En ambas, María e Isabel, primas, desvelamos el misterio de la divinidad y la humanidad fundidas en un destino común: Dios se abaja al ser humano para correr la misma suerte.
 
María era la portadora de Dios, la nueva arca de la alianza llena de Jesús, llena del Espíritu. María es el vehículo de la esperanza para todos nosotros; sólo ella romperá la fuente para entregarnos a Jesús, el regalo del amor de Dios.
 
Isabel, llena del Espíritu Santo, fue la primera en llamarla bendita, llamarla "madre de mi Señor", la primera en conmoverse ante la presencia de Jesús.
 
Isabel llama a María tres veces bendita.
 
"Bendita entre todas las mujeres".
 
"Bendito es el fruto de tu vientre".
 
"Bendita tú por haber creído".
 
María es bendita no por su papel biológico sino por su fe, por ser discípula, por haberse puesto incondicionalmente en las manos de Dios.
 
María e Isabel, dos mujeres bendecidas por Dios, son para nosotros verdaderos modelos de la espiritualidad de la espera y de la confianza en Dios.
 
María e Isabel, dos magníficos regalos para nosotros en este tiempo de Navidad.
 
Ambas quedaron embarazadas por el poder de Dios y bendecidas para siempre porque Dios se acordó de su pueblo.
 
Pero, las bendiciones de Dios no se agotaron aquel día. Dios tiene bendiciones para todos nosotros.
La iglesia, el culto, la eucaristía es el medio en el que seguimos bendiciendo a nuestro Dios y recibiendo sus bendiciones
 
Pero igualmente nuestros encuentros sobre la base de la amistad, el mutuo cariño y el acompañamiento y la solidaridad se convierten también en momentos de bendición: Dios nos bendice y nuestro corazón bendice al Dios que nos habita.
 
Ojalá nuestras visitas, en este tiempo de visitas y de compartir, sean como la de María a Isabel, visitas en las que el Espíritu hace saltar de gozo de amor y de paz.

Domingo 3º de Adviento. Fiesta Patronal


La voz de Juan removió las conciencias de quienes le escuchaban, y la pregunta brotó casi a bote pronto: ¿Qué debemos hacer?

Juan no hilvanó una lista de ritos religiosos, tampoco de normas ni de preceptos. No propuso hacer cosas o asumir deberes. Él invitaba a ser de otra manera, a vivir de forma más humana, a desplegar algo que está en el corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Militares, religiosos, negociantes, todos recibieron una respuesta vital, posible, humana y humanizante.

¿Que hemos de hacer todos nosotros? También su voz resuena en medio de esta comunidad. También aquí se anuncia la llegada del Señor. También a nosotros nos responde el Bautista: -«El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Una frase que resume en toda su simplicidad la vida cristiana impregnada de la fe en Jesús de Nazaret. Unas palabras que implican un cambio radical frente al estilo de vida de esta sociedad. Algo que ya hacían aquellos loco seguidores del crucificado resucitado, y que causaba admiración entre quienes les observaban: vivían alegres, se querían, compartían y celebraban a la vida.

Si los primeros cristianos, tal como lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, vivían así, nada impide que nosotros también podamos hacerlo.

Veinticinco años de historia parroquial no es demasiado tiempo, pero sí es suficiente para que como comunidad cristiana hayamos marcado un estilo sencillo de fraternidad; que seamos un referente en nuestros barrios de lugar de encuentro y de acogida. No estamos aquí todos los que a lo largo de estos años hemos ido haciendo la parroquia de Guadalupe, pero nadie ha dejado de pertenecer a ella. Nacimos desde lo pequeño, y honradamente creo que seguimos ahí, en la pequeñez de quienes se saben en las manos del Dios Papá, el Abba de Jesús. No en balde tenemos como patrona a María, la Virgen de Guadalupe, la pequeña de Yahvé Dios. Ella ha caminado con nosotros desde mucho antes de aquel 15 de agosto de 1984 en que nos la regalaron a nuestra parroquia.

María está aquí ahora, con su hijo, Jesús, y seguirá estando los años que hagan falta, porque su Sí a Dios también es un Sí a sus hijos e hijas, todos nosotros, que hoy la celebramos como madre y vecina y patrona.

Que vivamos con agradecimiento toda la Gracia que hemos recibido.

Domingo 2º de Adviento



Posiblemente, si pudiéramos ver nuestro planeta desde algún asteroide no muy lejano, percibiríamos excesos que nos ciegan y nos incomunican. Tanto ruido, tantos gritos, tanto guirigay, tanta palabra sonora pero vacía, hace de nosotros seres indefensos, muy fáciles de conducir y manejar, y al mismo tiempo individualistas incapaces de mirar más allá de nuestra pequeña parcela.
 
De alguna manera y salvando las distancias, eso mismo ocurría en otro tiempo, cuando desde el desierto llegó una voz que retumbó entre el griterío del nacionalismo judío y la voz única del poderoso país invasor.

 
Los poderes fácticos, políticos y religiosos, estaban enredados en planificar y dirigir la llegada inminente del Mesías.

 
Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.

 
El desierto, en la consideración de los profetas de Israel, es el lugar de la verdad y de la desnudez, donde se vive de lo esencial y no hay sitio para lo superfluo, donde lo que interesa es orientarse bien para no perderse. Es también el lugar ideal para encontrar a Dios y dialogar con Él sin distracciones.

 
Esa voz apremia a entrar en razón y ponerse manos a la obra, porque el Señor está ya ahí y hay que prepararle el camino.

 
Es necesario hoy volver a escuchar esa voz, prestarla atención y obrar en consecuencia.

 
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.

 
Nuestros compromisos en realidad no deberían ser nada complicados: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Por supuesto que hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».

Música Sí/No