Simón, hijo de Juan, pescador del lago
de Galilea, elegido por Cristo el primero entre los Doce para ser servidor de
todos y confirmar en la fe a sus hermanos; apellidado por Cristo «Pedro» para
ser la piedra visible, fundamento de la unidad de la Iglesia; designado por
Cristo pastor para apacentar todo el rebaño de Dios.
Desarrolló su actividad apostólica en
Jerusalén, en Antioquía de Siria y definitivamente en Roma, como primer obispo
de aquella comunidad incipiente. En Roma fue crucificado el año sesenta y
cuatro, durante la persecución del emperador Nerón. Dio así testimonio de
Jesucristo con su palabra y con su sangre. Fue sepultado en la colina Vaticana.
Y Pablo, de Tarso, celoso observante
de la ley mosaica, perseguidor de la Iglesia de Dios, convertido a Cristo en el
camino de Damasco, ¡el Apóstol de todas las gentes!
Viajero infatigable, recorrió una y
otra vez extensas regiones de Asia Menor y Europa Oriental, fundando numerosas
comunidades cristianas.
Sus cartas, a diversas Iglesias
locales, son alimento substancioso de que se nutre la Iglesia de todos los
tiempos. En la carta a los cristianos de Roma expresa su deseo de venir a España;
deseo que probablemente realizó. Consumó su pasión en Cristo, decapitado a las
afueras de Roma el año sesenta y siete.
Esta celebración no es sólo un
recuerdo de dos grandes figuras del cristianismo. Es fiesta para la Iglesia por
algo que la constituye desde sus entrañas. Por las vidas y vivencias de Pedro y
Pablo, se llenan de contenido palabras como “unidad”, “santidad”, “universalidad”
y “apostolicidad”. Palabras con las que calificamos a la Iglesia y que a su vez
nos califican como creyentes.
Todo parte de la pregunta “quién decís
vosotros que soy yo”, que Jesús plantea a los apóstoles. Y que persigue no
tanto acertar la respuesta sobre Jesús, cuanto que quien responde se
identifique a sí mismo. Y Pedro y Pablo se identificaron al hacer su profesión
de fe en el Dios vivo manifestado en Jesús.
Cada uno de ellos se expresó de manera
diferente en el encuentro con Jesús. No tiene por qué haber una única
respuesta. Lo importante es cuánto de la persona va en esa contestación. Pedro
y Pablo respondieron con su vida, haciendo una apuesta comprometida, apuesta
que con el tiempo llegó a ser total.
Lo que ocurrió con estos dos hombres,
columnas de la Iglesia, es compartido por todo cristiano. Unidos a ellos y a
toda la Iglesia que de ellos procede, expresamos el credo de nuestra fe.