Domingo 21º del Tiempo Ordinario


Nuestra existencia como personas creyentes adquiere la plenitud de sentido cuando, ante la invitación de Dios a entrar en relación con nosotros, respondemos afirmativamente. El Pueblo de Israel tuvo que decidirse ante Dios, y lo hizo apoyándose en su propia experiencia. Alianza es la palabra que da la Sagrada Escritura a esta estrecha colaboración de Dios con su pueblo. Porque Dios y el ser humano se tratan de tú a tú, pactando casi como iguales.
Esa alianza de Dios con los seres humanos ordena también la forma en que han de convivir. San Pablo extrae consecuencias aplicables a la vida familiar. Y os pido que no entresaquéis frases o palabras de un texto que es amplio y profundo y dice mucho más en conjunto que por partes separadas.
La alianza con Dios no siempre es fácil como vemos en el evangelio de hoy, que concluye el discurso eucarístico de los últimos domingos.
Jesús percibe que sus palabras perturban a sus discípulos, que empiezan a dudar y a pensar que no es tan cómodo seguirlo. Que sería más llevadero dejarlo y tomar otro camino.
En este momento de la historia puede parecer que el Evangelio es agua pasada, y la fe y el compromiso por el Reino de Dios, anacrónica y vacía de sentido. Muchas personas, algunas muy cercanas, parece que no les interesa nuestra fe, han dejado de acompañarnos…
La pregunta de Jesús, -«¿Esto os hace vacilar?, ¿también vosotros queréis marcharos?»-, no pretende herirnos sino hacer más firme y consciente nuestra fe.
Pedro dará la respuesta creyente: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».

Música Sí/No