“Los trabajadores de Canal 9 han pedido perdón por silenciar
el accidente del Metro de Valencia ocurrido durante la visita del Papa. Lo han
hecho durante uno de los informativos y han calificado esa actitud de
"indigna" para una televisión pública "que debe estar al
servicio de los ciudadanos".
Durante la información que han dado
los trabajadores de Canal 9, han recordado que las cámaras de la cadena fueron
las primeras en llegar al lugar de los hechos, pero que después no cumplieron
con su obligación de investigar lo ocurrido”.
Esta es una nota de prensa que apareció
el día 7 de este mes, cuando ya estaba decidido que se cerraba porque no hay
dinero para sostener el canal autonómico de Valencia.
Posiblemente habrá en otras empresas
que se cierran situaciones semejantes. Ahora, cuando ya todo está perdido,
cuesta menos o interesa más decir la verdad, toda la verdad. Y, de igual modo
que los periodistas de la televisión valenciana, personas implicadas en
cualquier sector de nuestra sociedad reconozcan en público que ellas tampoco
fueron diligentes y cumplidoras.
Esto se podría extender a cualquier área
de la actividad humana, y llegar incluso a tocarnos a nosotros de lleno. ¿Cumplimos
con nuestra obligación o actuamos por conveniencia? ¿Tiene que llegar una situación
límite, extrema, para que se nos abran los ojos a la realidad, o nos dé de
pronto un ataque de sinceridad?
El mensaje de este casi último domingo
del año litúrgico es una llamada seria a la responsabilidad: El que no trabaje
que no coma, dice San Pablo. No se refiere a la situación angustiosa en que nos
encontramos los españolitos y parte del resto del mundo con esta crisis que
sigue atenazándonos. San Pablo llama a ser activos y diligentes, a no holgar de
nuestras obligaciones dejando que sean otros los que cumplan; cada quien en su
lugar debe hacer lo que le corresponde: el escolar como escolar; el trabajador
como trabajador; el esposo y la esposa como tales en igualdad,
complementariedad y reciprocidad; el responsable político, económico, social o
religioso en lo suyo; y así todos y todas.
Hay muchas personas, demasiadas, que
no se han enterado o no han querido darse por enteradas, de que estamos
viviendo tiempos difíciles. A ellos les va bien, o incluso mucho mejor, y no
les importa lo que pase a los demás.
¿Podemos decir que quienes sí somos
conocedores de lo que sucede estamos actuando con diligencia y
responsablemente? ¿No tendríamos también que pedir perdón por lo poco o nada
que hacemos?
Aquellos que ponderaban ante Jesús la
belleza del templo en nada se diferencian de los que ahora no movemos ni un
dedo por hacer mejor las cosas y forzar que este mundo sea bueno de una vez por
todas. Por eso las palabras que Jesús les dirigió también van por nosotros: «no
quedará piedra sobre piedra». Es decir, no perdurará lo que somos y tenemos porque
no tiene consistencia, ni es útil ahora ni lo será en el futuro.
¿Habrá que hacerlo todo nuevo?
Quedémonos con este mensaje que se
repite en las tres lecturas que se han proclamado aquí, y que es el válido: «tendréis
ocasión de dar testimonio». Son las palabras de Jesús, que nos orientan a
mostrar la fe que nos mueve, en la que nos apoyamos y por la que esperamos,
incluso contra toda esperanza.
Los cristianos no somos diferentes a
los demás. Pero estamos en ventaja, porque sabemos de quién nos hemos fiado y
que no nos dejará abandonados a nuestra suerte. Sabemos que incluso en medio de
las dificultades, nuestro esfuerzo tiene nombre y lo colma de dignidad: somos colabores
de Dios en su obra creadora.
Entendamos que el nombre y el mensaje
del Señor están confiados a nuestras manos y a nuestros pies. Es el tiempo de
nuestra responsabilidad. Vivamos cada momento de nuestra existencia como si fuera
el último, pero con tanta hondura y riqueza como si nuestra vida no fuera a
terminar nunca.
Día de la Iglesia Diocesana: Ayuda
económica para mantener en pie lo que nos queda, y para emprender nuevas
empresas.