A veces ocurre que probamos un bocado,
una tapa, un guiso, que desconocíamos y caemos en la cuenta de que ¡cómo hemos
podido vivir hasta ese momento privados de tal exquisitez! Abiertos los ojos a
la nueva realidad, ya se nos hace imposible entendernos de otra manera. Y no sólo
nos lanzamos ávidos a disfrutarla, además tiene que enterarse todo el mundo.
Ese es el itinerario personal de esta
mujer samaritana, que, creyéndose poseedora del mejor y más exclusivo pozo,
ante Jesús descubre qué grande es su sed y cuánta necesidad tiene del agua viva
que salta hasta la vida eterna.
Si no dejamos a Jesús entrar en diálogo
con nosotros, si creemos que escuchar a Jesús consiste sólo y únicamente en
recordar y repetir lo que aprendimos como para salir del paso, sin rechazarlo
pero tampoco llegar a intimar, con toda seguridad estaremos desaprovechando la
mejor oportunidad de nuestra vida. Encerrados en nuestras cosas, nos privamos
del gozo de saber qué a gusto se está al lado de Dios.
No pasemos de largo ante Él creyéndonos
seguros y satisfechos con nuestros cántaros llenos. No le tengamos miedo cuando
nos pida de beber. No le neguemos nuestro agua. Él necesita de nosotros. Y
nosotros también de Él.
Si de verdad nos queremos, no nos
cortemos las alas. Si apreciamos la vida, no consintamos caer en el
conformismo. Si tenemos proyectos e ilusiones, seamos personas siempre
sedientas.
¿Para qué sirve la sed? La sed es una
necesidad (de la que algunos han hecho un pingüe negocio), pero también es el
motor que saca al sediento de la inmovilidad y lo lanza hacia la fuente.
El sediento es el insatisfecho, el
inconformista. Dice San Agustín que fue mucho más movido que la samaritana: «Nos
hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en
Ti.
La sed nos lleva a plantearnos, como
le ocurrió al pueblo de Israel, si «¿está o no el Señor en medio de nosotros?».
Somos unos privilegiados, porque
reconociendo que estamos en búsqueda de calmar nuestra sed, sabemos dónde está
quien lo puede lograr: «El que tenga sed que venga a mí y beba… y de lo más
profundo de su ser brotarán ríos de agua viva”, dice Jesús en el evangelio de
San Juan.
Sólo nos falta una cosa: dar crédito a
lo que ya sabemos y repetirnos, en oración de súplica a Dios: «Ojala, escuchéis
hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día
de Massá en el desierto».