Para una persona, tan importante como existir es
conocer la misión que tiene en la vida. La Epifanía nos dice que Jesús ha
venido para ser la luz que nos permite entender y vivir la propuesta que Dios
hace a toda la humanidad: que todos compartamos con Jesús el don de tener a
Dios como Padre, y de ser miembros de la misma familia (segunda lectura).
Evidentemente, descubrir y vivir la
propia vocación supone un camino de búsqueda; a veces largo, como el de los
magos. Estar atentos a la palabra de Dios, a la luz que vamos descubriendo, a
la ayuda que nos ofrece nuestra comunidad. No desanimarse cuando de repente
quedamos a oscuras y no vemos ninguna estrella que nos guíe.
En el evangelio de hoy no sólo debemos
fijarnos en que los magos encontraron al Niño con María, su Madre, y le
ofrecieron su homenaje. Eso es lo primero que vemos, pero con ser importante,
hemos de caer en la cuenta de esto otro, que después emprendieron otro camino,
un camino diferente en la vida, porque estaban llenos de la Luz que habían
descubierto en Jesús.
¿Tenemos la fe necesaria para
emprender, siempre que sea preciso, los nuevos caminos que Jesús nos indica?
¿Es nuestra comunidad guía y compañía
que ayude a encontrar a Jesús y a vivir la profunda alegría de conocerlo?
¿Asumimos personalmente que la
comunidad se hace y fortalece con la presencia de todos, y que se debilita y
cede en su misión si vamos claudicando o cediendo?
Que la luz que viene sobre nosotros,
arramplando con toda tiniebla, brille y resplandezca, y disfrutemos que Dios
amanece en nuestras vidas.