Hoy toca hablar de nuestro bautismo porque el
Evangelio de hoy nos narra el Bautismo de Jesús. No obstante, hay que advertir
que entre el Bautismo de Jesús recibido en el río Jordán por medio de Juan el
Bautista y nuestro Bautismo se dan diferencias notables.
Por el Bautismo nos hacemos
cristianos, seguidores de Cristo. A las personas bautizadas, el Bautismo, como
todo sacramento, convoca, evoca y provoca. Pero se podría decir tristemente que
evoca y provoca más que lo que convoca.
Hace mucho tiempo, allá, por el siglo
II, en un documento conocido como Carta a Diogneto se dice: «Los
cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven,
ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades
propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto.
(…) Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las
costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su
estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a
juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros;
toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros;
toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en
tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se
deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el
lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero
su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo
de vivir superan estas leyes. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos
son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo».
Así se explica que los cristianos en
los primeros siglos, teniendo todo en su contra, se ganaran el respeto de casi
toda la población.
Hoy día, unos padres, al bautizar a su
hijo, podrían decirle:
«Te bautizamos para que puedas
sentirte no solo hijo nuestro, sino también hijo de Dios. Para que tengas junto
a nuestra familia pequeña una gran familia, la Iglesia.
Sí, te bautizamos para que el Espíritu
de Jesús pueda ser tu guía y tu fuerza en los días de duda y de incertidumbre.
Te bautizamos para que seas una luz de
esperanza en la noche angustiosa del mundo. Para que seas una gota de agua en
el camino de la vida.
Te bautizamos para que puedas
compartir con los demás la alegría y el amor que todos necesitamos.
Te bautizamos para que vivas la
espléndida aventura de sentirte hijo de un Padre que te ama desde siempre y por
siempre».
Porque el ser cristiano, el ser
bautizado debe influir y debe notarse en la vida de cada día. En los momentos
de crisis, como el actual, y en momentos de bonanza. En los acontecimientos
extraordinarios y en los días rutinarios. Claro que esto supone que nos preguntemos
y respondamos a estas dos cosas: quiénes somos y cómo entender y asumir que
«los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo».