Hemos escuchado el evangelio de Juan, que en lugar de
narrar el bautismo de Jesús como hacen los otros tres evangelistas, llamados
sinópticos, pone en boca del Bautista el relato de cómo lo vivió él, que
debemos comentar.
Al narrar cómo fue aquel momento, dice
de Jesús: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
Repetimos esta frase varias veces durante nuestras eucaristías, y puede que no
caigamos en la cuenta de su significado.
La palabra cordero remite
inmediatamente al rito que celebra la liberación de Egipto; el cordero
degollado con cuya sangre marcaron el dintel de las puertas israelitas para
alertar al ángel en la noche, y cuya carne había de ser consumida por todas las
familias en actitud de estar prestos a salir de camino. Jesús es el cordero que
será inmolado en la cruz, pero antes ha de ser consumido en la cena.
También alude al animal que recibía
sobre sí el pecado de pueblo y luego era abandonado en el desierto. Jesús es el
siervo de Dios que asumirá los pecados de todos y los justificará.
Decir que Jesús es cordero es decir
que él es nuestra salvación. En palabras de San Pablo, «nuestra pascua, Cristo,
ha sido inmolada» en favor nuestro.
Y al continuar con su relato, Juan
Bautista distingue su bautismo de agua del bautismo que realizará Jesús. Dice
haber visto al Espíritu en forma de paloma. Es el Espíritu de la fuerza de Dios
que aleteaba sobre las aguas primordiales antes de la creación (de allí la
imagen de la paloma), el mismo también que da al siervo de Yahvé y lo hace «luz
de las naciones» para que su salvación «alcance hasta el confín de la tierra».
Ese Jesús es de la categoría de los profetas, invadido por el Espíritu del Señor.
Pero el conocimiento del Bautista es
todavía insuficiente, –«yo no lo conocía», repite dos veces– hasta que el Señor
le haga percibir, por una inspiración, que este Jesús, este servidor que recibe
al Espíritu, es el que «bautiza con Espíritu santo». Es decir, el que dará la
vida plena a toda la humanidad, una vez investido de poder por su resurrección.
Reconocer quién es Jesús no es tan fácil,
ni tan inmediato, es algo más bien progresivo. El precursor que ha «visto»
puede, de manera más consciente, dar un testimonio nuevo: se trata del Hijo de
Dios, reconocido anticipadamente. Todo el evangelio de Juan detallará su misión
y su obra. Nos indica así el camino a seguir; de algún modo todos somos
precursores de Jesús; lo presentamos a otras personas como Juan a sus discípulos
y como Pablo a los corintios. Pero antes necesitamos verlo, descubrir su rosto,
conocerlo. Conocer a Jesús para predicarlo, ahí empieza nuestra bautismo.