Icono del fariseo y el publicano |
Las cosas son como son, pero se descubren o se
ocultan por la manera de mirarlas. Hay miradas planas, que curiosean pero no
ven. Hay otras miradas que alcanzan lo más profundo, a través de las
apariencias.
La liturgia nos interroga a todos hoy:
¿Cómo nos mira Dios?
No sé porqué, pero recuerdo ahora unos
versos muy malos que aprendí de pequeño y que creí olvidados:
Mira que te mira Dios,
mira que te está mirando.
Mira que te has de morir,
mira que no sabes cuando.
1º.- En lo personal, Jesús muestra la
parcialidad de Dios, que mira con cariño al humilde y le escucha, en tanto que
al engreído le plantea la pregunta primordial: ¿Dónde está tu hermano?
2º.- En lo comunitario, la mirada de
Dios atraviesa nuestra realidad, internacional, nacional e inmediata, para
descubrirnos los huérfanos y las viudas de nuestro hoy, los nortes y los sures
divididos y separados por líneas de injusticias, rendimientos máximos, ansias
de dominio, orgullos pretenciosos… La mirada de Dios se dirige a toda la creación,
obra de sus manos, intentado descubrir la imagen divina impresa en toda ella, y
nos pregunta como al primer hombre: ¿Dónde estás?, ¿por qué te escondes?
3º.- Finalmente: sin pretensiones San
Pablo se coloca ante la mirada de Dios, por quien se siente mirado desde siempre.
Con agradecimiento redacta su testamento, gozoso de que esa mirada le haya
llevado precisamente hasta la meta.
Ojalá nos sintamos mirados por Dios y
la oración, ese diálogo amistoso que surge en quien así se siente mirado, nos
ayude a todos a descubrir desde nuestra realidad, lo que es en definitiva
nuestra meta.