Cuando de niño algún vecino, algún familiar me daba
una fruta, un dulce, una propina, enseguida mi padre o mi madre, o ambos, me
apremiaban ¿qué se dice? Y dócilmente yo respondía ¡gracias!
Luego de mayor he procurado ser
agradecido, no sólo porque es de bien nacidos, sino porque he experimentado que
en este mundo las cosas cuestan, y no se suele dar nada gratis; de modo que
cuando ocurre, hay que reconocerlo. Y procuro hacerlo. Aunque no siempre.
De esto trata el evangelio de hoy, del
agradecimiento. Jesús comprueba que diez enfermos se le acercan pidiendo la
salud. A los diez se les concede, pero sólo uno vuelve para darle las gracias.
Y Jesús se pregunta qué ha sido de los otros nueve. Al extranjero le confirma
no sólo en la salud física, también en la salvación de su persona entera por su
fe hecha alabanza a Dios.
De Dios lo hemos recibido todo. Esto
es lo que afirmamos los cristianos. Aunque en la práctica nos acordemos de Él más
en la necesidad que en la abundancia, más en el dolor que en la felicidad,
mucho más en la enfermedad que en la salud. Por supuesto que Dios no necesita
ni nuestra alabanza ni nuestros sacrificios; pero sí desea, como dice el
salmista, nuestro corazón, nuestro reconocimiento y sobre todo la acogida que a
través de nuestro prójimo le debemos y podemos otorgar.
Tratando bien a las personas, estamos
tratando bien a Dios, porque en ellas Dios se asoma a nuestra historia, en
ellas es Dios con nosotros, sólo a través de los seres humanos alcanzamos al
Dios humanizado.
San Pablo nos conmina a dar razón de
nuestra fe, proclamando a Jesús el Señor, nacido del linaje de David, es decir,
ser humano; resucitado de entre los muertos, es decir, Dios exaltado en su
gloria. El mismo al que ven nuestros ojos en la carne, es aquel a quien nuestra
fe reconoce y se adhiere, y es quien nos libera y nos salva mediante su
Palabra, que ninguna cadena puede dominar.
Por eso mismo, con San Pablo debemos
no sólo orar, sino también obrar: Si morimos con él, viviremos con él; si
perseveramos, reinaremos con él; si lo negamos, él nos negará.
¿Qué hiciste de tu hermano? que dijo
Dios a Caín, es para todos nosotros ahora la evangélica bienaventuranza de Jesús:
Cada vez que visitas a una persona enferma, me estas visitando a mí; cuando das
de comer a una persona hambrienta, es a mí a quien alimentas; la ropa que
entregas al desnudo, es mi vestido; cuando me encarcelaron tú vienes a verme en
los presos y en los faltos de libertad.
Por último un aviso apremiante: ¡a ver
si van a ser las personas extrañas a la Iglesia, los ateos y los descreídos,
quienes mejor viven el mandato de Dios del agradecimiento y de la solidaridad!