Es verdad que Jesús en algunas ocasiones, ante el
comportamiento de determinadas personas, se expresó resaltando la mucha fe o la
poca fe, en términos de cantidad. Así ante una mujer que se le acercó para
tocarle el manto pensando quedar curada. ¡Qué grande es tu fe! Así, también, en
algunos pueblos no pudo hacer curaciones porque tenían poca fe.
Pero en este caso no se trata de
medidas, más fe, menos fe. Cuando sus discípulos le piden que les aumente la
fe, Jesús les hace ver que en realidad no la tienen, porque independientemente
de la cantidad, sus efectos serían manifiestos: como que un árbol se desplazara
para plantarse en medio del mar. Con fe se llega hasta lo imposible.
Para entender lo que en este caso
quiere decirnos, debemos atender a la segunda parte en la que Jesús habla de
deberes. El que hace lo que está mandado, cumple con su obligación, no con su
fe. Porque las órdenes exigen obediencia.
Y la fe es otra cosa. ¿Qué es la fe?
En la primera lectura se nos ofrece una
aproximación: Quien ante los reveses de la vida, los desastres humanos, las
calamidades del tipo que sean, se dirige a Dios preguntando, quejándose,
aceptando… tiene fe. Reconoce que Dios es, aunque lo considere fuera de sí
mismo, en las alturas, por ejemplo. Tener fe es aceptar a Dios.
San Francisco, cuya fiesta celebramos
ayer, tenía fe de esta manera: todo, absolutamente todo le hablaba de Dios. Por
eso le recordamos como el hombre que trataba con el sol y la luna, con los
animales y las plantas, con la naturaleza como conjunto y con los seres humanos
como hermanos.
San Pablo, en la segunda lectura,
habla también de la fe, pero en otro tono. Dios ya no está fuera de uno mismo,
en la distancia; si estuvo fuera, ahora está dentro. También está dentro. Llegó
en algún momento. Él dice que por la imposición de manos. Bien pudo decir que
desde el principio de nuestra concepción, e incluso antes.
Fe, según San Pablo, es esa fuerza que
tenemos por la gracia de Dios; es ese espíritu de energía, amor y buen juicio;
es no tener miedo y dar la cara; es vivir el amor; es perseverar con la ayuda
del Espíritu Santo.
San Francisco también tuvo fe de esta
manera. Llegó a desear identificarse tanto con Jesús, que lo tuvo dentro de sí.
Era consciente de que Dios estaba en su interior, y fue acomodando su vida toda
al aliento que Dios le transmitía.
Pero nuestro modelo siempre será Jesús
mismo, no tenemos otro mejor. Y él también tuvo fe en Dios, no sólo se abandonó
en sus manos, también hizo propia la voluntad del Padre, hasta el final.