Desde dónde miramos. La realidad es lo que es, pero
cambia radicalmente según el lugar donde nos situemos para contemplarla. Las
cosas se ven muy distintas desde una chabola a como se ven desde un palacio;
desde quien se debate cada día por sobrevivir o desde quien vive en la burbuja
de la frivolidad y el consumismo. No es lo mismo mirar desde la ventana que
mirar desde un espejo. Mirar desde una ventana, aunque tenga cristal por medio,
supone mirar el mundo; mirar al espejo es mirarse a uno mismo.
Jesús miró hacia donde nadie quería
mirar. Se acercó a quienes la sociedad había desterrado y marginado. Habló y
dio la palabra a las personas que vivían el silencio del abandono y el mutismo
de la impotencia. Sanó cuerpos rotos y dignificó espíritus atribulados.
Los cristianos estamos actuando como
Jesús, pero no del todo. Como Iglesia, desde Cáritas y otros organismos
eclesiales estamos haciendo mucho, casi todo lo que humanamente podemos, por no
dejar abandonadas a las personas que carecen de dignidad y de medios para vivir
como seres humanos.
Individualmente, sin embargo, es
posible que aún tengamos que hacer mucho más. Que cada cual se revise y trate
de caer en la cuenta si mantiene o no ese abismo de indiferencia. Si estamos
tendiendo puentes para unir o creando más distancia para no sentir, no viendo,
no escuchando, no respondiendo.
Esta crisis ha provocado a la
solidaridad dentro de las familias, yo diría que muy notablemente. También, sin
embargo, nos ha narcotizado a todos ante lo que consideramos inevitable. Salvo
cuatro que levantan la voz, la mayoría permanecemos en silencio, a la espera de
tiempos mejores.
Sería necesario algo más. Tal vez realizar
gestos llamativos y provocadores como los que hacía Jesús. Aún sabiendo que de
esta manera nuestro destino estaría entonces unido al de Jesús. Y todos los aquí
presentes lo conocemos. Que el Señor no nos deje nunca de su mano.