Llama la atención, tras la escucha del evangelio de
hoy, ver cómo los paisanos de Jesús en Nazaret pasan de la admiración al
desprecio, de la alegría a la furia y de la aclamación a la persecución. En muy
poco espacio de tiempo Jesús se convierte en un estorbo, un objetivo a
destruir, luego de ser tan esperado por sus signos y prodigios. Y el
evangelista Lucas pone mucho detalle en manifestar que esto ocurrió justo desde
el principio.
¿Cómo pudo ser esto, por qué sucedió?
Humanamente es comprensible. Social e
institucionalmente era necesario. Jesús presenta ante su gente un Dios que pide
una revolución; no sólo cultural, sobre todo religiosa y personal. Y eso nadie
lo quería; ni los detentadores del poder, ni los acostumbrados a un orden que
les parecía cómodo y eficaz.
Los profetas están bien de vez en
cuando. Nos sacan de la rutina, son esas voces frescas que ponen la vida en
movimiento, y por unos instantes señalan aquello que al final del todo ansiamos
alcanzar o llegar a ser. Sin embargo, al poco molestan y queremos olvidarlos. Y
si insisten, les ridiculizamos y les hacemos la guerra. Son los perros flauta,
unos cantamañanas para nuestra vida acomodada.
Jesús habla en nombre de Dios, como
profeta consagrado desde el seno materno. Y su mensaje no parece religioso,
sino que lleva la simpleza de lo más humano: lo que hace sufrir a las personas,
lo que es más injusto a los ojos del Dios que nos quiere a todos porque sí.
Aquel día Jesús no habló de cómo
reforzar la religión, ni engrandecer el culto, ni hacer más eficaces las prácticas
de piedad. Llamó a los seres humanos sufrientes los predilectos de su Padre.
Sacó el Evangelio, la Buena Noticia, del corsé sagrado y lo puso en medio de la
vida. Anunció a Dios entre los asuntos y negocios, ahí donde se trajinan
nuestros esfuerzos de cada día.
El profeta es la persona que acerca a
Dios a lo más nuestro. Que nos dice que Dios grita en todo grito humano. Que
nos muestra que a Dios nada le es indiferente. Y que lo que hagamos contra
quien sea, contra Dios lo hacemos. Profeta es quien muestra en lo humano el
amor sin cortapisas, condiciones ni tergiversaciones.
Los cristianos debemos recuperar
nuestra condición profética. La Iglesia entera ha de volver sobre el evangelio
para revestirse de la novedad y frescura de Jesús. Todos, al recordar nuestro
bautismo, necesitamos caer en la cuenta de aquellas palabras solemnes: «Seréis
bautizados con Espíritu y fuego» para «anunciar el Evangelio a los pobres», la
libertad a los esclavizados.
AVISO: En solidaridad con toda la
gente que sufre el hambre en el mundo, Manos Unidas nos propone, el viernes día
8, como día del ayuno voluntario. La colecta para la campaña contra el hambre,
se hará en las misas del sábado 9 y el domingo 10. A ver si somos capaces de privarnos de comer o de comprar
alguna cosa de la que podemos prescindir para aumentar esta colecta.