La escena evangélica de la transfiguración trae recuerdos
de la noche de navidad, cuando la gloria de Dios inundó tierras y cielos.
Nosotros la descubrimos, siguiendo la llamada de los ángeles, en un niño
envuelto en pañales y acompañado de sus padres y unos animales de establo.
Hoy volvemos a ser espectadores de esa
gloria de Dios en lo alto de un monte, donde Jesús fue con sus discípulos a
orar. Mientras Jesús entra en sintonía con su Padre, Pedro, Juan y Santiago
duermen, ajenos o cansados. Al despertar, Pedro pretende retener ese momento
para sí; Jesús insiste en bajar, porque esa gloria de Dios hay que anunciarla y
hacerla eficaz.
Por formación tendemos a reservar a
Dios a lugares especiales y momentos solemnes, y a concebir la gloria de Dios
rodeada de circunstancias extraordinarias, como si la vida fuera ajena y no
tuviera nada que ver con el Dios que la ha creado.
La segunda lección magistral que
recibimos en Cuaresma es que tenemos que escuchar a Jesús, el Elegido, que baja
desde el monte hasta el llano para llevar consigo la gloria que el Padre quiere
para todos sus hijos e hijas.
En Jesús se ha perfeccionado la
alianza de Dios con Abrán; de un gran pueblo y una tierra inmensa, se pasa a
toda la humanidad y el universo entero. Por Jesús y con Jesús podemos decir con
San Pablo: «Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un
Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según
el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo
todo».
Espabilémonos, salgamos del sopor o de
la inactividad; demos gloria a Dios haciendo de este mundo y de este cielo, el
mundo y el cielo que Dios sueña; y contribuyamos a que todo ser humano, imagen
e impronta de la divinidad, recupere o alcance su dignidad de hijo de Dios. En
tanto no ocurra esto, San Ireneo seguirá clamando en el desierto: “Porque la
gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de
Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los
seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el
Verbo procurará la vida a los que ven a Dios.”
Escuchemos y atendamos a Jesús: es el
Verbo de Dios, su Palabra; el Evangelio que nosotros debemos anunciar como la
Buena Noticia para el mundo.