Cuando una persona, un colectivo, un pueblo entero,
conoce su historia, su pasado y las dificultades que ha tenido que superar;
cuando reconoce que su destino necesariamente ha de construirlo sobre la base
de su presente; cuando sabe dónde reside lo importante y qué es lo accesorio y
superfluo… esa persona, ese colectivo, ese pueblo todo están edificándose sólidamente.
Los cristianos no tenemos alternativa:
sólo Dios. Lo que no es Dios, démosle el nombre que sea o disfracémoslo para
que parezca importante, no nos vale.
Por eso la frase “sólo Dios basta” es
mucho decir, es decirlo todo. Equivale a las palabras de Jesús: «Al Señor tu
Dios adorarás y a él solo darás culto» y «No tentarás al Señor, tu Dios».
Aunque tal vez estén más a nuestro alcance estas otras palabras: «No sólo de
pan vive el hombre».
Tenemos que tomar decisiones en la
vida, por supuesto; llegarán encrucijadas vitales en las que se nos propongan
varias vías a seguir: qué voy a ser, cómo y junto a quienes, en qué lugar
desarrollaré mejor mis capacidades, para quien o quienes emplearé mi vida, con
qué equipaje me pondré en camino… Se trata de orientar esencialmente nuestra
existencia, sabiendo o sospechando qué circunstancias vamos a encontrarnos en
el tiempo y ejerciendo, o tratando de hacerlo lo mejor posible, desde el
principio de sujetos agentes, no pacientes.
Jesús se lo planteó esto muchas veces
y este texto evangélico lo presenta como anticipo y paradigma (ejemplo) de
todas las tentaciones que experimentó a lo largo de su vida. Lo tenía muy claro
y así nos lo ha dejado dicho.
Los cristianos debemos saber que no
todo vale. Que sólo con Dios en nuestro centro vital acertaremos. Que en lo
momentos transcendentales que nos lleguen: enfermedad, trabajo, familia,
sociedad, muerte, nos llegarán las tentaciones de hacerlo trapaceramente, o
esperando un milagro, o comprando/vendiendo voluntades, o adorando/sometiéndonos
al dinero, o humillando/esclavizando a las personas…
Sólo Dios basta quiere decir: sólo
Dios, sólo el Dios que tiene rostro humano, sólo el ser humano en quien Dios
quiere ser reconocido.
Ni pan a cualquier precio, ni mi yo
por encima o por delante de nadie, ni juego sucio o atajos para conseguir los
objetivos.
Los cristianos, en este llano de la
vida, hemos de vivir soportando y venciendo tentaciones, como lo hizo Jesús,
como se comprometió a hacerlo el pueblo de Israel, teniendo a Dios bien cerca,
si es posible en el mismo centro. Su palabra es firme, «la tenemos en los
labios y en el corazón», dice San Pablo; que termina con estas palabras: «todo
el que invoca el nombre del Señor se salvará». Que así sea.