Durante el tiempo cuaresmal vamos a ser estudiantes
que acompañan a Jesús para aprender de él. Volvemos al colegio y él será
nuestro maestro. Pongamos en Jesús nuestra mirada, volvamos nuestros ojos hacia
él; no sacaremos ningún título académico, pero a buen seguro que al final
dentro de nosotros algo habrá cambiado. No se trata de saber más, sino de
conocer mejor; no va a hacer falta poner los codos sobre la mesa, sino de
abrirnos a su Palabra y a su Espíritu; no tendremos que hacer horas extra
dentro de nuestro apretado ritmo de vida y trabajo, sino de estar disponibles
desde el corazón allá donde estemos haciendo lo que sea.
Vamos a entrar en la cuaresma sin
cambiar nada aparente; sólo nuestra disposición, nuestra actitud.
El mismo Jesús no ofrece los medios:
oración, ayuno y limosna.
Oración, sentirnos en la presencia de
Dios. Estar conscientemente en su presencia.
Ayuno, libres de tantas cosas que nos
pesan y dificultan, lo más ligeros de equipaje que podamos, que no haya cosas
baladíes que nos importunen y distraigan.
Limosna, en comunión solidaria con los
hermanos y hermanas que pasan necesidad y les debemos atención.
Sería fenomenal y muy aprovechado este
momento si al salir con la ceniza en nuestras frentes tuviéramos ya
respondidas, o con el propósito firme de hacerlo, estas tres preguntas: ¿Cómo y
cuándo haré un rato de oración en estos 40 días? ¿De qué cosas voy a prescindir
en estos días, en este año? ¿Qué gesto de amor tendré con los más necesitados?