En mayo de 2006, el entonces Papa Benedicto XVI viajó
a Polonia. Su origen alemán y el hecho de que en su adolescencia formara parte
de las juventudes hitlerianas cargaron su visita de simbolismos, que además
estuvo marcada por la poca emoción que los polacos le demostraron. Pese a todo,
Benedicto XVI visitó los campos de exterminio de Auschwitz e hizo un reclamación
divina: “Solo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a
Dios: ¿por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.
¿Dónde estaba Dios cuando los campos
de exterminio nazi? ¿Por qué Dios guarda silencio cuando la enfermedad, la mala
fortuna, la quiebra laboral y económica, el accidente de tráfico o la ruptura
afectiva se ceban sobre nosotros o sobre nuestros seres queridos? A veces nos
descubrimos a nosotros mismos preguntándonos.
También le preguntaron a Jesús. Y no
eran ateos o agnósticos, precisamente, quienes lo hacían. No negaban a Dios. La
respuesta que reciben estaba ya escrita en el libro de la Biblia, muy al
principio; Jesús les conmina a mirar al hermano, ¿qué hacéis con él?, ¿cómo le
juzgáis?, ¿dónde le habéis abandonado?
Para Jesús, Dios llama a la
responsabilidad, a la honradez, a la coherencia, a la vida. Y por eso la
realidad es sagrada, como la tierra que pisaba Moisés, porque está impregnada
de Dios, que está ahí.
Descubrirle, sentirle, responder a la
llamada que desde la historia y nuestra vida Dios nos dirige es ser una higuera
que da fruto; no responder es ser árbol inútil que no merece ocupar espacio en
la huerta.
Hemos de pisar la calle, por supuesto
que sí. No podemos ni debemos vivir al margen de la realidad, de lo que sucede,
de cuanto nos envuelve y en suma somos. Pero pisarla en este caso significa
transformarnos a nosotros mismos para hacerla humana, lugar de encuentro con
personas, espacio en el que construir una sociedad mejor. Si no nos
convertimos, también pereceremos, viene a decir Jesús en el evangelio.
Aprovechemos el tiempo, no perdamos
las oportunidades de hacer el bien; si de verdad queremos que no sucedan las
cosas malas que suceden, tenemos que poner los medios necesarios. De lo
contrario, seremos responsables de las víctimas y tan culpables como los
victimarios.
Que duda cabe que Dios está. ¿Estamos
nosotros o simplemente estamos desaparecidos?