Comienza el adviento, tiempo de esperanza. ¿Esperanza
por qué? Debe ser porque viene el amor, el único capaz de suscitar esperanza.
La primera parte del adviento celebra que aquel Jesús, que un día nació en Belén
y volvió al cielo, vendrá de nuevo para juzgar a vivos y muertos. Los juicios
siempre dan un poco de miedo. Pero el evangelio de hoy, primer domingo de este
adviento, tras describir la segunda venida del Señor en términos cósmicos, como
si la tierra tuviera que volverse del revés, anuncia a los creyentes: “cuando
esto suceda, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. No hay
que tener ningún miedo: se acerca la liberación. Debe ser que viene el amor.
La segunda parte del adviento dirige
nuestra mirada a la primera venida del Señor, a su nacimiento en Belén. Allí un
ángel anunció a los pastores tan buena nueva. Y los pastores “se llenaron de
temor”. Pero el ángel les dijo: no temáis, ha nacido un Salvador. Tampoco
entonces había motivos para el miedo, porque venía la salvación, otra palabra
para designar la liberación. Venía el amor. Y entre estas dos venidas, la
primera que ya ocurrió y la última que todavía esperamos, nosotros, los
cristianos, ante tantas personas desalentadas y temerosas, porque han perdido
el trabajo, o porque la vida ya no les sonríe, estamos llamados a ofrecer
esperanza. ¿Cómo? Por medio del amor.
Cuando nos encontramos con personas en
situación difícil, la mejor manera de despertar su esperanza es acercarse a
ellas, interesarse por su situación, tratar de comprender, compartir su
indignación y ayudarles en la medida que podamos. Nosotros, como cristianos,
como Iglesia, si queremos que la esperanza se convierta en una palabra llena de
realismo y de verdad, debemos buscar gestos y palabras positivas, que denoten
cercanía y comprensión. Hay que dejar de lado críticas, discursos negativos,
recetas espirituales alejadas de la realidad. Hay que trabajar para que este
adviento sea un motivo de esperanza para todos aquellos que se encuentren con
nosotros. Para ello hace falta que esas personas se convenzan de que viene el
amor. Nosotros debemos sur sus portadores y sus portavoces.
Martín Gelabert OP