Domingo 2º de Adviento

 
Juan, el último profeta, el mayor entre los nacidos de mujer en palabras de Jesús, lanza hoy su grito desde lo profundo del desierto de donde sale envuelto en desgarrada dignidad: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios».
Quienes le escuchaban recibían su mensaje con gran interés, porque hacía mucho que estaban esperando algo de ese estilo. Había pasado mucho tiempo, demasiado, desde que le fue entregada la promesa mesiánica al pueblo de Israel. Generaciones y generaciones se la habían transmitido de unas a otras. Juan, ahora, avisa que es inminente.
Pero nosotros nos topamos con el Bautista entre las palabras del profeta Baruc y la entrañable carta de San Pablo a su querida comunidad de Filipos.
Los cristianos de aquella primera iglesia ya viven en el presente de esa profecía gozosa porque Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que sobre él apareciese su gloria, el Dios-con-nosotros. Y viven de tal manera que Pablo no puede sino alegrarse y darle gracias a Dios.
Y reza por todos ellos, para que esa comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores. Así llegarán al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.
Hoy, el apóstol Pablo si nos escribiera no dudo que pondría las mismas o parecidas palabras. Lo digo con humildad, pero con firmeza. Por encima o por debajo de los defectos que tenemos, de lo que todavía nos falta para ser dignos del nombre de santos, tal como celebrábamos ayer junto a María Inmaculada, no podemos dejar de ver que en nuestra actual situación, contra todo tipo de dificultades, discípulos de Jesús estamos entre todos haciendo Reino de Dios.
Y no sólo nosotros, también quienes no se consideran cristianos, ni siquiera religiosos. Todos estamos llevando esta situación con humanidad, y estamos apañándolas para que coma el hambriento, se vista el desnudo, sea acogido el expulsado y curado el enfermo abandonado.
Se mire por donde se mire hay tantas muestras de generosidad, de solidaridad, de sentimientos buenos y entrañables, que bien se puede decir que estamos dispuestos a hacer lo imposible, que estamos haciendo un nuevo cielo y una nueva tierra.
Demos gracias a Dios que ha hecho ver que hay otra justicia, la suya, tan diferente y distante de esta otra que es venal, mercancía que se compra y que se vende, instrumento para oprimir, nunca para liberar.
Como a aquel personaje del evangelio que entendió que el culto a Dios estaba íntimamente unido con el buen hacer hacia el hermano, Jesús hoy nos diría: En verdad, no estáis lejos del reino de los cielos.

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