Este diálogo entre mujeres -María e
Isabel- que narra el evangelio, recuerda otro también entre mujeres, Rut y Noemí,
en la primera parte de la Biblia. En ambos coloquios las cuatro mujeres se
descentran para volcarse la una sobre la otra. Es la presencia de Dios la que
convierte el egoísmo en pura entrega; es la disponibilidad como actitud en la
vida la que Dios escoge para hacerse presente en la humanidad, donde el yo es
tan fuerte que todo se lo apropia.
Una fila interminable de mujeres
creyentes aparecen en la Sagrada Escritura hasta desembocar en María como colofón
y ejemplo a seguir para colaborar con el proyecto salvador de Dios.
«Aquí estoy para hacer tu voluntad» es
la frase central de la liturgia de este último domingo de adviento. Sólo
cayendo fielmente rendido ante la llamada y la propuesta de Dios, es posible
que la salvación nos alcance. Sólo aceptando, aunque no comprendamos el
misterio que nos abraza, puede Dios intervenir en nuestra historia. Sólo vaciándonos
de nosotros mismos, podemos dejarle espacio a Él.
«Aquí estoy para hacer tu voluntad»
fue la actitud permanente de Jesús ante el Padre; no sólo cuando de pequeño se
perdió entre los doctores, sino en todo momento en que le fue necesario afirmar
su misión en esta tierra, y, especialmente, al final, ante el cáliz amargo que
tuvo que beber.
Rut y Noemí, Isabel y María, pero María
por excelencia encarna en sí misma esta actitud de su Jesús de total entrega y
abandono en las manos de Dios: «Hágase en mí según tu palabra».
Sólo la fe posibilita a
Dios-con-nosotros. Sólo creyendo es Navidad.
No la fe que sólo es creer cosas; sí
la fe que es confianza, adhesión, entrega, docilidad, acogida, seguimiento…
No la fe que está sólo en la cabeza,
como una idea aprendida y pocas veces rumiada; sí la fe que nos calienta el
corazón y conmueve las entrañas. La fe que como si estuviéramos embarazados nos
hace dar a luz la Luz.
No la fe que sólo sabe; sí la fe que
nos pone en camino, manos a la obra, comprometidos e implicados; capaces de
comprender, ir al encuentro y acoger porque nos dispone a ponernos en el lugar
del otro, dentro de su piel o ante su vida.
Sólo la fe de quienes se fían de este
Dios de entrañas misericordiosas hace Navidad.