Con unos textos bíblicos duros de roer y que han
propiciado a lo largo de la historia las más variadas y variopintas escenas del
final del mundo, la liturgia nos sitúa ante lo que celebraremos el próximo
domingo, la festividad de Jesucristo rey del universo. No esperéis que hable de
cataclismos y caídas de estrellas, aunque Jesús, utilizando el lenguaje
apocalíptico, lo cite ante las preguntas de sus contemporáneos, muy preocupados
por el futuro ante la dura realidad que estaban viviendo.
Aunque actualmente también se anuncien
cosas extraordinarias para acabar con la angustia y la zozobra que la crisis
económica y de todo tipo está produciendo entre nosotros, nosotros debiéramos
atender a tres frases que me parecen especialmente significativas en estas
lecturas de hoy.
La primera es de la carta a los
Hebreos: “Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados”.
Jesús dice en el evangelio de Marcos
las otras dos: “Mirad los brotes que ya le apuntan a la higuera”, y “El día y
la hora sólo lo sabe el Padre”.
En síntesis y resumen, dicen lo
siguiente: En todo momento nuestra vida -todas las vidas, toda vida- está
habitada por Dios; en lo bueno y en lo malo. No es él la causa ni de lo uno ni
de lo otro, sino la fuerza interior que nos ayuda a sobrellevarla, a
celebrarla, a sufrirla, a superarla. Todo pasará, pero todo quedará, porque esa
savia que corre por nuestro interior es fuerza divina.
Vivamos en esperanza y decisión, ahí
están esas yemas de la higuera a punto de reventar.
Vivamos confiadamente en el amor;
estamos redimidos, no hace falta asegurarnos un futuro que ya nos ha sido dado.
Vivamos en libertad y compromiso,
haciendo del momento que vivimos Reino de Dios, donde los que lloran, los que
pasan hambre, los perseguidos por causa de la justicia, los pobres y los
limpios de corazón sean los preferidos y los bienaventurados.
Lo que no está en nuestras manos, está
en las manos de Dios.
La Iglesia está en las manos de ambos,
de Dios y de todos nosotros. Hoy es el día de la Iglesia Diocesana. Desde ella
hacemos un mundo mejor, estoy convencido plenamente. A pesar de sus enormes
fallos, tiene también en su haber grandes logros. Somos todos nosotros, la
formamos una multitud; es nuestra alegría y nuestra corona. Corre a cargo del
Espíritu y de nuestra fe y compromiso. Considerarla nuestra, construirla y
mantenerla entre todos, y orar con ella y desde ella nos configura como
discípulos y discípulas de Jesús.
Tengamos bien seguro que Cristo
siempre estará con su Iglesia, que la Iglesia siempre estará al lado de Cristo.