Sería interesante recordar ahora aquel
refrán del herrero que, machacando el hierro, olvidó el oficio. Porque viene a
cuento con el evangelio de hoy. Un hombre religioso y sabio, un escriba,
pregunta a Jesús cuál es lo más importante de toda la religión. Quien recitaba
diariamente dos veces una plegaria que encierra toda la fe judía, no terminaba
de caer en la cuenta de lo que estaba repitiendo desde su más tierna infancia: «Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.»
Jesús le hace ver lo que el escriba
miope pasaba por alto. Pero le añade una posdata: amar al prójimo como a uno
mismo se funde con el amor a Dios, haciendo así el mandamiento mayor que
cualquier otro.
Yo no sé si ahora alguien se hace este
tipo de preguntas, pero presumo que somos muchos los que estamos preocupados
por si acertamos o no en esto de ser cristianos, seguidores de Jesús,
constructores del Reino de Dios. La duda va siempre con nosotros, y podemos
quedarnos cortos o pasarnos de rosca.
Ya rezamos, dirán unos. Nosotros
hacemos obras de misericordia, contestarán otros. Y también habrá quienes
respondan que obedeciendo cumplen con todo.
Jesús une en su persona todo ello, y
pone su vida al descubierto para que nosotros aprendamos de él, que es camino,
verdad, vida.
“Amar a Dios con todo el corazón, con
toda el alma, con todo el ser”. Sin mediocridad ni cálculos interesados. De
manera generosa y confiada.
“Amar al prójimo como nos amamos a
nosotros mismos”. No hay que buscar la medida demasiado lejos; tampoco el prójimo
tiene que estar en las antípodas. Vale el que está a nuestro lado. Precisamente
ahí es donde hemos de mirar.
Jesús se ofreció obedeciendo al Padre.
Así nos redimió. De esta manera insuperable es nuestro sumo sacerdote.
Es importante estar a la escucha de
Dios, como Jesús. Cuando dejamos que nos hable el verdadero Dios, se despierta
en nosotros una atracción hacia el amor. No es propiamente una orden, no es ni
ley ni precepto obligatorio. Es lo que brota en nosotros al abrirnos al
Misterio último de la vida: “Amarás”. En esta experiencia, no hay
intermediarios religiosos, no hay teólogos ni moralistas. No necesitamos que
nadie nos lo diga desde fuera. Sabemos que lo importante es amar.
No siempre cuidamos los cristianos la
síntesis de la vida de Jesús. Con frecuencia, tendemos a confundir el amor a
Dios con las prácticas religiosas y el fervor; ignoramos el amor práctico y
solidario a quienes viven excluidos por la sociedad y olvidados por la religión.
Es importante que nos preguntemos, ¿qué hay de verdad en nuestro amor a Dios si
vivimos de espaldas a los que sufren?