Conmemoración de todos los fieles difuntos

 
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

Así de bien se expresaba Martín Descalzo, cuando ya prácticamente desahuciado, esperaba el fin de su enfermedad de curación imposible.
Y así, con estas palabras y los sentimientos que se suponen están detrás de ellas, Martín Descalzo se añadía a la larga cadena de creyentes que han esperado el fin de su vida por esta tierra anhelando la vida plena del Reino del Padre.
De esta madera, de esta pasta, están hechos los santos.
¡Ojalá todos los muertos murieran con esta fe!
Pero la fiesta que hoy celebramos no nos autoriza a pensar que haya sido así. ¡Cuántos han muerto y su memoria está borrada! ¡Muertos con odio, enterrados en fosas comunes, masacrados! ¡Muertos contra su voluntad, por negligencias o accidentes evitables, en soledad, en la flor de su vida, apenas nacidos, como carne de cañón…!
Englobarlos a todos ellos en una día, el de todos los difuntos, no hace justicia a su destino. Como no lo hace el llevar flores a los cementerios a quienes no se ha atendido en vida. Tampoco lo hace escribir sus nombres en mausoleos, recordando las circunstancias trágicas o gloriosas de su muerte, en tanto no se planteen condiciones claras y precisas que impidan que se vuelvan a dar esas circunstancias.
Nosotros ni sabemos ni podemos resolver la tremenda injusticia que supone la muerte para la gran mayoría de los mortales.
Cristo y el Padre que lo arrancó de las garras del abismo, tienen, sin embargo, mucho que decir. Callemos nosotros y que hablen ellos. En la escucha de la palabra del resucitado iremos madurando; no sólo reconoceremos nuestra debilidad y decadencia frente a nuestra propia muerte, sino que cobraremos confianza en quien siempre ha sido nuestro valedor, aquel de cuya santidad participamos por gracia suya y desmerecimiento nuestro. El Señor, que siempre nos lleva de la mano y que nos rodea con su cariño, ya sabrá lo que tiene que hacer.
Ayer escuchamos “Bienaventurados vosotros…” de boca de Jesús. Hoy nos dice el Señor “Venid, benditos de mi Padre…” Confiando en Él, no equivocaremos el camino. Nos llevará por los mejores pastos y nos conducirá a los manantiales más frescos.

Música Sí/No