La razón de ser del texto evangélico de este domingo estriba, a mi parecer, en la primera lectura, de Isaías, en la que Dios, por boca del profeta, asegura al ser humano su fidelidad; puede que una madre de olvide del fruto de sus entrañas; Él nunca lo hará.
Por eso mismo Jesús dijo: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey», dando comienzo a la enumeración de las bienaventuranzas.
Los seres humanos elegimos, tomamos decisiones que orientan y definen nuestra existencia. Y en ese acto de decidir, abrimos caminos, pero también cerramos caminos.
Quien opta por apoyarse en las seguridades que ofrecen los bienes materiales, pone en ellos todo su afán, dedica a ellos sus fuerzas y deja que su vida dependa de amasar cuanto más, mejor. De esta manera acaparar dinero para atesorar más seguridad es el único fin de su trabajo.
Quien, por el contrario, confía en Dios, se pone en sus manos. Y aunque use bienes materiales, y su existencia dependa de ellos, sin embargo no está atenazado ni menos esclavizado por acaparar y almacenar.
No es el dinero lo que aquí está en entredicho. Bien sabe Jesús, como lo sabemos nosotros, cuán necesario es para vivir. Es el fruto de nuestro trabajo. Ya pasó la época del trueque. Ahora adquirimos alimentos, ropa y casa con el dinero de nuestro salario, del trabajo de cada día. Incluso lo poco que ahorramos, lo hacemos en previsión de algún gasto imprevisto y necesario, que nos es lícito y honorable como el vivir.
Lo que Jesús está condenando es más bien la actitud de quien ansía el dinero para tener poder, para erigirse en autonomía frente a todo lo demás, para prescindir de cuanto no contribuya a su propio yo, para decirse: come, bebe y date buena vida; sólo cuentas tú en todo el universo.
En su contra Jesús dice escuetamente: una sola cosa es importante, el Reino de Dios y su justicia. Lo que importa es el presente, lo que los antiguos expresaban con el «carpe diem», aprovecha el momento.
Aprovechemos el momento como lo hacen los lirios del campo, que en su sencillez reciben el sol y se cubren de colores hermosos y ofrecen aromas exquisitos, porque Dios los hace así.
Aprovechemos el momento como lo hacen las aves del cielo, que ni siembran, ni almacenan grano, pero el campo les ofrece el suficiente alimento, volando en libertad.
Aprovechemos el momento no dilapidando nuestra vida corriendo tras negocios que no nos aseguran la vida, sino que más bien nos la roban. Y vivamos el presente haciendo Reino, es decir, en solidaridad con los demás y ante el Dios que nos creó y nos mantiene en la existencia.
Aprovechemos el momento y escarmentemos en cabeza ajena, si es que se me permite hablar de esta manera, ante el espectáculo de esos gobernantes sin escrúpulos, que han amasado fortunas millonarias sobre el hambre y la miseria de sus pueblos, riéndose de Dios y de los hombres; y que ahora tienen su futuro más oscuro que nunca.
Aprovechemos nuestro momento de hacer fraternidad y de que Dios sea el centro de todo. Es la hora del compromiso por este mundo que habitamos, y de hacerlo de todos, y conservarlo para todos. El mañana ya no es nuestro, por eso no debiera ser objeto de nuestro negocio. Es el hoy, este hoy, lo que tenemos entre las manos. Esta es nuestra responsabilidad. No dilapidemos lo que hemos recibido. Gratis ha llegado a nosotros, dejémoslo también gratis.
Aprovechemos este momento nuestro viviendo sobriamente, gastando no más de lo necesario, consumiendo lo que nos haga falta sin caer en el consumismo, que arrebata a otros lo que necesitan para vivir y a nosotros sólo nos aporta pequeñas satisfaciones pasajeras, que una vez satisfechas requieren otras satisfaciones que nunca terminan por llenarnos.
Sólo nos basta, dice Jesús, el Reino de Dios y su justicia.