¡Qué importante es construir la propia casa sobre buenos cimientos! No están demasiado lejos de nuestra retina imágenes de inundaciones y movimientos de tierra que arramplaron construcciones sencillas o dejaron inservibles robustas edificaciones mal situadas en cauces secos que se anegaron con las lluvias.
Tras unos domingos escuchando a Jesús desgranar el sermón de la montaña, abc evangélico de la vida cristiana, hoy nos dice, como resumiendo, estad atentos y mirad qué hacéis con todo esto, no sea que perdáis el tiempo y lo que hayáis construido con esfuerzo no sirva para nada.
Y lo dice mirando a muchos que habían escuchado las palabras de Yahvé por boca de Moisés, y ellos muy aplicados corrieron a escribirse en la frente y en el borde de sus vestidos pasajes completos de la Sagrada Escritura, pero descuidaron grabarlas en su corazón y hacerlas vida. Para estos sólo eran simples palabras.
También mira a quienes, un poco más tarde y dentro ya de la comunidad cristiana, aún seguían dando peso e importancia a las leyes para justificarse. Como si el mero cumplimiento sirviera para algo, tienen también que escuchar a Pablo que les dice que una sola cosa importa: «la fe en Jesucristo, por quien viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna.»
Con dos sencillas parábolas, Jesús señala cómo acertará el cristiano que quiere seguirle: cumpliendo la voluntad del Padre del cielo.
De poco servirá saberse el credo de memoria, si la fe que en él se expresa no se traduce en proyecto de vida.
Nada útil resultará de cumplir normas y preceptos, si con ello no superamos lo meramente externo.
Incluso la asistencia a charlas piadosas, la lectura de libros religiosos y de espiritualidad, la participación en liturgias de todo tipo, aunque sea de buen grado y voluntariamente, se quedará en pérdida de tiempo si se traduce en una mera aceptación intelectual del mensaje evangélico y no pasa a ser adhesión vital y práctica del mismo Jesucristo.
De la consistencia de nuestras convicciones y compromiso con la Palabra de Jesús y de nuestra adhesión al Padre hablará el devenir diario que lo pone todo a prueba. El que construye sin cimientos es el que tiene una adhesión superficial, de palabra fácil pero que no soporta los ataques más suaves y los cuestionamientos más elementales.
Esto se expresa en la vivencia del mensaje de Jesús. El que vive según su enseñanza es el que mejor soporta los vendavales y las tempestades: ha cimentado su fe y su seguimiento sobre roca. El que no vive según los valores y la enseñanza de Jesús, ése no ha cimentado bien su casa; su seguimiento de Jesús se va a pique a la mínima.
Saber sólo no es suficiente; hay que pasar a aceptar y asumir.
Cumplir y obedecer de poco vale, si no hay acogida y compromiso.
Tener a Dios en la boca es mera palabrería, incluso fariseísmo puro y duro, cuando nuestro corazón se guía por otros intereses y adoramos a los becerros de oro de lo que es políticamente correcto o es lo que se lleva, o lo que alimenta nuestro propio yo.
¡Qué importante es, pues, que construyamos nuestra vida cristiana sobre cimiento consistente! Y no hay otro que Jesús, el Señor.
Tras unos domingos escuchando a Jesús desgranar el sermón de la montaña, abc evangélico de la vida cristiana, hoy nos dice, como resumiendo, estad atentos y mirad qué hacéis con todo esto, no sea que perdáis el tiempo y lo que hayáis construido con esfuerzo no sirva para nada.
Y lo dice mirando a muchos que habían escuchado las palabras de Yahvé por boca de Moisés, y ellos muy aplicados corrieron a escribirse en la frente y en el borde de sus vestidos pasajes completos de la Sagrada Escritura, pero descuidaron grabarlas en su corazón y hacerlas vida. Para estos sólo eran simples palabras.
También mira a quienes, un poco más tarde y dentro ya de la comunidad cristiana, aún seguían dando peso e importancia a las leyes para justificarse. Como si el mero cumplimiento sirviera para algo, tienen también que escuchar a Pablo que les dice que una sola cosa importa: «la fe en Jesucristo, por quien viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna.»
Con dos sencillas parábolas, Jesús señala cómo acertará el cristiano que quiere seguirle: cumpliendo la voluntad del Padre del cielo.
De poco servirá saberse el credo de memoria, si la fe que en él se expresa no se traduce en proyecto de vida.
Nada útil resultará de cumplir normas y preceptos, si con ello no superamos lo meramente externo.
Incluso la asistencia a charlas piadosas, la lectura de libros religiosos y de espiritualidad, la participación en liturgias de todo tipo, aunque sea de buen grado y voluntariamente, se quedará en pérdida de tiempo si se traduce en una mera aceptación intelectual del mensaje evangélico y no pasa a ser adhesión vital y práctica del mismo Jesucristo.
De la consistencia de nuestras convicciones y compromiso con la Palabra de Jesús y de nuestra adhesión al Padre hablará el devenir diario que lo pone todo a prueba. El que construye sin cimientos es el que tiene una adhesión superficial, de palabra fácil pero que no soporta los ataques más suaves y los cuestionamientos más elementales.
Esto se expresa en la vivencia del mensaje de Jesús. El que vive según su enseñanza es el que mejor soporta los vendavales y las tempestades: ha cimentado su fe y su seguimiento sobre roca. El que no vive según los valores y la enseñanza de Jesús, ése no ha cimentado bien su casa; su seguimiento de Jesús se va a pique a la mínima.
Saber sólo no es suficiente; hay que pasar a aceptar y asumir.
Cumplir y obedecer de poco vale, si no hay acogida y compromiso.
Tener a Dios en la boca es mera palabrería, incluso fariseísmo puro y duro, cuando nuestro corazón se guía por otros intereses y adoramos a los becerros de oro de lo que es políticamente correcto o es lo que se lleva, o lo que alimenta nuestro propio yo.
¡Qué importante es, pues, que construyamos nuestra vida cristiana sobre cimiento consistente! Y no hay otro que Jesús, el Señor.