Jesús se acerca a Juan Bautista para ser bautizado. Se puso a la cola de los que esperaban a la orilla del Jordán porque se sentía en sintonía y solidaridad con aquella gente pecadora, y, como ella, manifestaba sus ganas de salir de una situación que era manifiestamente mejorable.
Bautizarse por Juan era un gesto de rebeldía contra la realidad imperante, era un compromiso y era también un gesto simbólico de que era posible un futuro mejor.
Es el momento en que se abre el cielo y la voz del Padre testifica que Jesús es el Hijo, el Predilecto, y que sobre él estará el Espíritu. La misión que ha de realizar Jesús es tan importante, que está rubricada por la misma voz de Dios al decir: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».
Dios se manifestó a María y a los pastores por medio de los ángeles. A los Magos, por medio de la estrella. Ahora, lo hace directamente en el bautismo de Jesús por su propia voz y la presencia del Espíritu en el signo de la paloma.
En nosotros sucede algo semejante. En nuestro bautismo hemos sido consagrados, sellados, para Dios. Se abre el cielo para decirnos que somos hijos predilectos del Señor. El bautismo no es un título meramente honorífico, ni una pesada carga que se nos impone, sino que es una elección que Dios nos hace y una misión que nos ofrece realizar, como a Jesús. Y se resume en «pasar haciendo el bien porque Dios está con nosotros», como hizo Jesús.
A veces se oye decir “me bautizaron sin mi consentimiento”; y también: “que lo elijan ellos cuando sean mayores”. Es verdad que nos han bautizado sin nuestro consentimiento. Pero también es verdad que la fe no se hereda por testamento ni se impone por la fuerza, sino que se ofrece y se acepta o se rechaza. Así, el bautismo, nos lo han dado como un regalo, como un don y un bien; como nos han dado la vida, la educación, la profesión o la herencia. Pero hemos que aceptarlo y aceptarlo como regalo, como don de Dios, como elección que el Señor nos ha hecho. De no ser así, ¡siempre será una carga y no una liberación!
Hoy se nos ofrece la oportunidad para pensar si nuestro bautismo es motivo de alegría al sentirnos elegidos por Dios, al sabernos perdonados por el Señor y reconocernos templos del Espíritu para ser sus testigos y llevar a cabo la misión de anunciar y construir el Reino de Dios.
Así viviremos con gozo nuestra condición de bautizados y estaremos decididos a hacer el bien y construir la paz, como Jesús lo hizo.
Bautizarse por Juan era un gesto de rebeldía contra la realidad imperante, era un compromiso y era también un gesto simbólico de que era posible un futuro mejor.
Es el momento en que se abre el cielo y la voz del Padre testifica que Jesús es el Hijo, el Predilecto, y que sobre él estará el Espíritu. La misión que ha de realizar Jesús es tan importante, que está rubricada por la misma voz de Dios al decir: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto».
Dios se manifestó a María y a los pastores por medio de los ángeles. A los Magos, por medio de la estrella. Ahora, lo hace directamente en el bautismo de Jesús por su propia voz y la presencia del Espíritu en el signo de la paloma.
En nosotros sucede algo semejante. En nuestro bautismo hemos sido consagrados, sellados, para Dios. Se abre el cielo para decirnos que somos hijos predilectos del Señor. El bautismo no es un título meramente honorífico, ni una pesada carga que se nos impone, sino que es una elección que Dios nos hace y una misión que nos ofrece realizar, como a Jesús. Y se resume en «pasar haciendo el bien porque Dios está con nosotros», como hizo Jesús.
A veces se oye decir “me bautizaron sin mi consentimiento”; y también: “que lo elijan ellos cuando sean mayores”. Es verdad que nos han bautizado sin nuestro consentimiento. Pero también es verdad que la fe no se hereda por testamento ni se impone por la fuerza, sino que se ofrece y se acepta o se rechaza. Así, el bautismo, nos lo han dado como un regalo, como un don y un bien; como nos han dado la vida, la educación, la profesión o la herencia. Pero hemos que aceptarlo y aceptarlo como regalo, como don de Dios, como elección que el Señor nos ha hecho. De no ser así, ¡siempre será una carga y no una liberación!
Hoy se nos ofrece la oportunidad para pensar si nuestro bautismo es motivo de alegría al sentirnos elegidos por Dios, al sabernos perdonados por el Señor y reconocernos templos del Espíritu para ser sus testigos y llevar a cabo la misión de anunciar y construir el Reino de Dios.
Así viviremos con gozo nuestra condición de bautizados y estaremos decididos a hacer el bien y construir la paz, como Jesús lo hizo.