La Palabra de Dios sorprende hoy con
una dura condena de los que manejan al pueblo a su antojo. Jeremías, el
profeta, no se queda en la queja, sino que promete gobernantes y responsables
diligentes que devuelvan al pueblo el bienestar, la libertad, la justicia y la
paz.
San Pablo, en su escrito más ecuménico,
proclama que Jesús ha roto las barreras que separaban a los seres humanos. Su
muerte y resurrección ha originado el nacimiento del hombre nuevo.
La multitud persigue a Jesús, porque
está como un rebaño sin pastor. En torno a él, lejos de sus casas y de sus
ciudades, encuentran la calma y el reposo y pueden escuchar la palabra de Dios.
Está bastante extendido el sentimiento
que tenemos de que en la Iglesia seguimos los mayores, en tanto que los jóvenes
se desapegan de la fe. Un día tendremos que revisar ante Jesús, nuestro único
Señor, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están marchando
poco a poco de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros su
Evangelio y porque ya no les dicen nada nuestros discursos, comunicados y
declaraciones.
Personas sencillas y buenas a las que
estamos decepcionando porque no ven en nosotros la compasión de Jesús.
Creyentes que no saben a quién acudir ni qué caminos seguir para encontrarse
con un Dios más humano que el que perciben entre nosotros. Cristianos que se
callan porque saben que su palabra no será tenida en cuenta por nadie
importante en la Iglesia.
Un día el rostro de esta Iglesia
cambiará. Aprenderá a actuar con más compasión; se olvidará de sus propios
discursos y se pondrá a escuchar el sufrimiento de la gente. Jesús tiene fuerza
para transformar nuestros corazones y renovar nuestras comunidades.