El relato evangélico de la última cena
de Jesús según San Marcos es breve y conciso: Jesús toma el pan y el vino y con
ellos y sobre ellos pronuncia las palabras que constituyen el momento central
de nuestra Eucaristía:. Esto es mi cuerpo, tomad y comed. Esto es mi sangre,
tomad y bebed. Pero dice algo más, y no es menos importante; lo deberíamos
tener bien presente para que no faltaran en nuestras celebraciones.
Tiene un antes: Jesús encarga la
preparación. No se trata de una comida más, a la que hay que asistir porque es
la hora y toca. En principio iban a celebrar la cena de Pascua, y eso es lo que
esperaban los discípulos.
Y tiene un después: tras la comida,
todos salen hacia el Monte de los Olivos, porque la historia no termina, continúa
avanzando.
Cuando la Iglesia nos invita a
celebrar el Corpus, no sólo está diciendo que asistamos a misa. Antes nos hace
caer en la cuenta no sólo de lo que traemos en las manos, sino también cómo y
con quienes estamos viviendo, qué estamos haciendo, de dónde venimos y hacia dónde
estamos dispuestos a dirigir nuestros pasos.
Y nos despide invocando sobre nosotros
la bendición del Dios Trinidad para que continuemos la tarea, la misión
recibida del Señor.
Añadir a la palabra latina «Corpus», fácilmente
inteligible para cualquiera, la frase «Día de la Caridad», para denominar el día
de hoy, puede resultar para algunas personas innecesario y sin embargo hoy como
siempre nos coloca a todos ante la terrible pregunta: ¡Qué has hecho con tu
hermano!
A estas alturas de la historia de la
humanidad, todavía es posible contestar evasivamente ¿Quién es mi hermano?
Porque es muy posible encogerse de hombros y concluir negando cualquier
responsabilidad ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?
Por imposible que nos parezca, así
vive un importante número de seres humanos, ignorantes, ajenos, e incluso explícitamente
negadores de lo que ocurre a su alrededor.
“Globalización de la indiferencia” lo
llama papa Francisco, y se refiere al olvido de Dios y de los hermanos como uno
de los grandes males de nuestro tiempo.
La comunión eucarística, que nos
transforma en Cristo y nos permite crecer como miembros de su cuerpo, nos
libera también de nuestros egoísmos y de la búsqueda de los propios intereses.
Por eso es de agradecer y reconforta que, en tiempos en que se habla de poca
asistencia a misa y de escaso interés de los jóvenes, nuestras asambleas eucarísticas
suelen ser numerosas y con amplia asistencia de edades.
Seamos conscientes de que al entrar en
comunión con los sentimientos de Cristo, muerto y resucitado por nuestra
salvación, se nos abre la mente y se ensancha el corazón para que quepan en él
todos los hermanos, especialmente lo necesitados y marginados.
Termino con unas palabras de Francisco
papa, convertidas en virales a través de los medios sociales de comunicación: “Les
quiero pedir un favor. Les quiero pedir que caminemos juntos todos, cuidemos
los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense
la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a
los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no
le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de
cuidarse”.