De Dios se puede hablar aburriendo o
embelesando. Aburrimos tantas veces los curas y similares, cuando decimos
hablar en su nombre y cargamos sobre las personas pesados fardos de
obligaciones y oscuros mensajes de advertencias, prohibiciones y condenas.
Embelesó Jesús a las gentes que le escuchaban y le seguían porque tenía
palabras de vida y una vida que transparentaba al Dios que ama a todo y a todos
como Padre.
No quisiera yo aburriros, y sé que no
voy a embelesar a nadie. Pero hoy toca, un día más, hablar de Dios. Y como Dios
es Trinidad, hablaremos de nosotros a quienes Él se nos ha revelado…
trinitariamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Una cosa quede clara desde el
principio: no hemos alcanzado nosotros a Dios, Él ha descendido hasta nosotros.
Nos creó por amor para amarnos. Se encarnó por amor para salvarnos. Nos envolvió
en su espíritu para guiarnos de vuelta a Él. Ese es el recorrido vital de
cualquier ser humano, sea creyente o no, bautizado o no, practicante o no:
regresar a su seno y participar de su gloria.
Que Dios está se prueba fácilmente:
nos amamos. Y donde hay amor, allí está Dios. Y donde no hay amor, estamos dándole
la espalda a Dios.
Reconozcámoslo: nos conducimos en la vida
guiados por el amor, es el motor que nos mueve, es la cualidad que nos define,
todo en nosotros funciona gracias a él, y si falta el amor, enfermamos.
Quien ama, dice San Juan, está en Dios
y Dios en él. De modo que nosotros estamos siendo pregoneros de Dios la mayor
parte de nuestra vida. Sólo a veces lo ocultamos o lo negamos. Cuando aparece
el desamor, renegamos de Dios.
Vivamos confiados en Su Presencia, y mejor
si lo hacemos conscientemente; como lo hace el niño que duerme a pierna suelta
y tranquilo porque sabe que mamá y papá están ahí, velando su sueño. Pero,
puesto que no somos nenes, confiemos en Dios haciendo lo que Él espera de
nosotros, amando a los demás sin poner medida, pero mucho más desmedidamente a
los que más lo necesitan, a quienes Dios mismo llamó sus predilectos: los pequeños,
los pobres, los sencillos, los que sufren, los que lloran solos, los enfermos y
los despreciados de este mundo.
La mejor manera de creer en el Dios
trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino
seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que,
movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos. Es
bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios Trinidad.