Nuestra fe se dirige al Dios de la
vida, que ha creado todo para que el ser humano se sirva de ello y lo
administre y cuide. Y nosotros disponemos de la creación y la hemos mejorado a
lo largo de la historia. Sin embargo, como vimos el domingo pasado, no todo va
bien, y en gran parte somos responsables de que se haya deteriorado, sobre todo
en estos últimos años, no sólo nuestro planeta, también nuestra convivencia.
Dice en su encíclica “Lauto Si´” papa
Francisco que van de la mano el desastre ecológico y el desajuste humano. Por
eso él aboga por una ecología integral.
El evangelio de este domingo 13 nos
invita a mirarlo todo desde el lugar de quienes más lo sufren y no disponen de
capacidad ni oportunidad para hacer que sea de otra manera. Dos mujeres reclaman
nuestra atención: una niña y una adulta tocadas por una herida oculta que las
obliga a ser invisibles, como si no existieran, como si carecieran del derecho
a la vida que el resto disfruta.
Vivimos encerrados en una estructura
ajena a nuestra voluntad que nos fuerza a acomodarnos a lo que hay, lo que se
estila, lo que otros maquinan y deciden. El lugar donde nacemos suele ser
definitivo. De la suerte resulta que nos vaya bien, mal o regular.
Se puede salir del terrible círculo
vicioso que eso significa, y no hace tanto en nuestro país se hablaba y creíamos
en las oportunidades que a todo ser humano se le presentan.
Pero no siempre sucede así. ¡Cuántas
personas no logran salir del pozo en el que están! Pensemos por un momento en
ellas, y si podemos, pongámonos en su lugar: se nos cambiará la vida y hasta el
humor.
Jesús es salvador. Lo es porque está
al alcance de cualquiera. Basta tener fe en él. Esa confianza es suficiente. Lo
sabemos porque lo experimentamos. Hagamos que otras personas también accedan a
Jesús para que puedan tener, como nosotros, ocasión y oportunidad de romper esa
estructura en la que domina el mal. Que a todos nos llegue la dicha de sabernos
en paz y con salud.