La liturgia de hoy, domingo 12º del
Tiempo Ordinario permiten presentar la encíclica que papa Francisco acaba de
publicar sobre el cuidado de la casa común, la tierra, con el nombre de “Laudato
Si’”, “Alabado seas, mi Señor”, título tomado del canto de las criaturas de San
Francisco de Asís.
Empiezo diciendo que es corta, se lee
muy fácilmente y está al alcance de cualquiera.
Hace, en primer lugar, una descripción
del panorama actual del planeta y de las gentes que lo habitamos. Describe,
siguiendo lo que se observa a simple vista y las últimas investigaciones científicas, el proceso de
degradación a que estamos sometiendo a la naturaleza y a las personas,
especialmente a las que viven en países más pobres y menos desarrollados.
Desde la fe cristiana desarrolla a
partir de la Biblia el plan de Dios sobre la humanidad. Expone con claridad y
sencillez el Evangelio de la creación.
Continúa estudiando con detalle la raíz
humana de la crisis ecológica. No todo se debe al proceso natural de la evolución,
sino que la mano del ser humano está incidiendo gravemente en el desastre ecológico
del planeta. Estamos en crisis como personas, y eso también se manifiesta en cómo
degradamos la naturaleza.
Se dirige a los organismos
internacionales y a los gobiernos para instarles a un diálogo constructivo y
animarles a revisar los intereses económicos y políticos por los que se
conducen. Pero también a todos y a cada habitante de la Tierra nos recuerda que
no todo vale y que gran parte de nuestros comportamientos, por insignificantes
que sean, no dejan de tener sus consecuencias.
Habla de que es posible reconducir la
situación a partir de los avances tecnológicos, de la política económica de los
países y de nuestra propia conversión a lo que llama “ecología integral”. Es la
conversión cristiana, el cambio de mente y de corazón del que habla tanto San
Pablo, que nos acerca al Dios misericordioso en quien creemos, que pasa
inevitablemente por el cuidado y atención a los hermanos, y que no puede dejar
de tener en cuenta el medio natural en que vivimos.
Finalmente ofrece unas pautas entre
las que hay que destacar:
-Apostar por otro estilo de vida
-Prestar atención a gestos cotidianos
donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo
-Valorar la sobriedad en libertad y
conciencia liberadora
-Hacer examen de conciencia, que para
una persona cristiana deberá incluir este aspecto de nuestra vida, considerando
no sólo cómo se vive la comunión con Dios, con los otros y con uno mismo, sino
también con todas las creaturas y la naturaleza.
-Llama a la educación y la formación,
que siguen siendo desafíos básicos: «todo cambio necesita motivaciones y un
camino educativo». Deben involucrarse los ambientes educativos, ante todo «la
escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis», si queremos de
verdad que nuestros hijos no nos echen en cara un día haberles traspasado una
casa en ruinas, donde no pueden ya vivir.