¡Hay que acabar con ellos y con la
situación que han originado! O: ¡Así somos desde siempre, nunca cambiaremos! Y
también: Puesto que así son las cosas, aprovechemos cuanto podamos, no vamos a
ser menos.
¡Vaya panorama en nuestro, luego de
saber cómo manejaron los dineros de todos quienes debieron ser vigilantes
diligentes y creímos honrados y cabales!
Indignación, cabreo, exigencia de
responsabilidades y también frustración y derrotismo. Esto por resumir en pocas
palabras los sentimientos que nos embargan desde hace ya un tiempo. Los que
eran depositarios de la confianza común, se han burlado de la buena fe de un
pueblo entero.
Jesús narra una parábola a los sumos
sacerdotes y a los senadores del pueblo. Usa una antigua y muy querida expresión
para los judíos: la viña que cantara en su poema el profeta Isaías. La reacción
de quienes le escuchan es similar a la nuestra: ¡Hay que acabar con esta
situación! Ni por un momento pensaron que ellos estaban retratados.
Deberíamos sentir escozor pensando que
también nosotros podríamos tener la actitud de quienes se apoderan de lo que no
es suyo y llegan a la mayor violencia, aunque sea interiormente.
¡Qué fácil es creer que es propio lo
que nos es dado! ¡Qué fácil es pensar que la cosecha nos pertenece, por haberla
trabajado, cuando no tendríamos fuerzas, ni tierra que cultivar, si no se
hubiera recibido el don de la salud y de los bienes!
Vivimos de tal manera irreflexiva que
no pensamos que también nosotros, urgidos por lo que está a nuestro cargo,
llegaríamos a robar, incluso a matar por avaricia, orgullo o ansias de poder.
Sí, Dios debería volver a arrasar la
tierra y hacerla de nuevo. Y poner en nuestro lugar a quien inspire confianza y
entregue los frutos a su tiempo.
En tiempos de Isaías y en palabras de
Jesús la lectura del poema de la viña era una llamada a la reflexión y a la
conversión, no sólo del pueblo todo sino también y especialmente de las
autoridades; hoy es palabra que Dios nos dirige personalmente en una seria
llamada a cambiar nuestra mirada para empezar a mirar las cosas y las personas
y los pueblos con su misma mirada. Porque lo que Dios quiere nos lo dice San
Pablo en la segunda lectura: «La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio,
custodie vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Y todo lo
que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o
mérito tenedlo en cuenta».
Es otra manera de decir: practiquemos
el derecho y la justicia que llevan a la paz; eso es lo que quiere Dios.