La primera lectura viene a decir más o
menos que cada uno es responsable de lo que hace y de lo que dice. Sin meterse a
explicar eso de que cada uno reproduce los comportamientos que ha vivido de
pequeño y de que todos somos hijos de nuestro ambiente, el texto bíblico afirma
que nadie carga con la culpa de los padres, sino que quien peca, peca él, y
quien se convierte, se convierte él.
San Pablo enseña que debemos ser
solidarios, soportándonos mucho más de lo que nos soportamos, considerando a
los otros por encima de lo que lo hacemos, y siendo humildes ante el triunfo ajeno.
Y el ejemplo y fundamento de todo esto está en el mismo Jesús, que se solidarizó
con todos los hombres y mujeres hasta el extremo de hacerse como nosotros,
siendo el mismo Dios.
Finalmente, y sin palabras bonitas ni
retóricas complacientes, escuchamos a Jesús en el evangelio: «Os aseguro que
los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino
de Dios», tras relatar la parábola de los dos hijos. La mayor hipocresía en que
podemos caer los cristianos es decir y no hacer, o hacer lo contrario de lo que
decimos. Al actuar así en realidad estamos renegando de nosotros mismos.
Bien de actualidad resulta el mensaje
evangélico de hoy, a la vista de lo que vamos conociendo de nuestra sociedad.
Lo fácil es mirar a esos personajes de la sociedad y también de la Iglesia, que
están saliendo a todas horas en los informativos, y no pasar de ahí. Pero si
aceptamos que Dios nos habla desde su palabra, reconozcamos que también
nosotros pecamos de hipocresía y de no hacer lo que decimos.
El evangelio para un cristiano es además
de una buena noticia una llamada a la conversión. Si no estamos dispuestos a
cambiar para ser buenos y hacer lo que Dios nos pide, sepamos que aquellos a
quienes consideramos despreciables van a ocupar nuestro puesto en el Reino de
Dios, y nosotros es posible que lo perdamos. Porque ellos si responderán cuando
se les llame.
Así adquieren pleno sentido las
palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en
el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una
nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida
anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará
el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Pero el Reino se
irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en
quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas
personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces
de recapacitar y convertirse.