Hemos oído a Jesús narrar estas tres
parábolas, sencillas historias con las que nos alecciona a los cristianos de
todos los tiempos y nos enseña cómo somos, cómo es nuestra historia humana y cómo
es Dios.
Por poco reflexivos que seamos, nos
sentiremos reflejados en estas hermosas parábolas. Somos trigo y cizaña, hay en
nosotros mezcla de bondad y maldad, de sentimientos buenos y perversos, dulces
y agrios al tiempo. Y no podemos separarnos, como tampoco podemos separar a los
otros. Así somos y así es nuestro mundo y nuestra gente.
Pero Dios es paciente. No sólo no
tiene prisa en hacer las cosas, es que tampoco quiere ser tajante y llevar su
juicio hasta las últimas consecuencias de condena.
La justicia y la fuerza de Dios no están
en la línea del castigo sino de la enseñanza y de la indulgencia hacia todos
los pueblos, para que le descubran a él como al único Dios salvador.
La paciencia de Dios con los hombres y
los pueblos de la primera parábola llena de sentido a las otras dos. Dios es
paciente, y nos enseña a cargarnos de paciencia:
- Paciencia para no emitir juicios
prematuros e impedir que nos arrastre la cultura de las prisas.
- Paciencia para no perder del todo el
miedo a equivocarnos.
- Paciencia frente a una realidad
tozuda que se resiste a cambiar, y que va a necesitar mucha reflexión e insistencia.
- Paciencia para descubrir el ritmo de
la vida, y nos haga ser al mismo tiempo justos y humanos.
- Paciencia, porque los esfuerzos, por
intensos y persistentes que sean, siempre serán pequeños, como el grano de
mostaza.
- Paciencia, porque nada de lo que
hagamos se perderá, sino que como la levadura sobre la masa, terminará por fermentar
y realizar su obra.
En nuestra sociedad, -y también en la
Iglesia-, han existido siempre intentonas de resolver los conflictos con la
erradicación de los otros, como si se tratara de una película de buenos buenos
y malos malos; estas tres parábolas están enjaretadas así precisamente para
prevenir contra un juicio apresurado de condena irremediable, y orientar siempre
el juicio hacia la comprensión, la indulgencia y el respeto ante cualquier otro
modo de pensar y de obrar. Es decir, ser pacientes y misericordiosos como Dios,
el Señor, es paciente con nosotros.