Con Pentecostés se cierra la historia
de amor entre Dios y el ser humano. El creador y origen de cuanto existe,
colocado allá lejos por nuestra imaginación incapaz de ver en profundidad la
realidad, es el mismo Dios-con-nosotros aparecido en la historia humana, que
ahora descubrimos como lo más propio de nuestro ser en el Dios-en-nosotros, por
el Espíritu que ha tomado posesión nuestra y nos ha convertido en tabernáculos
suyos. Llenos de Espíritu Divino ya no podemos existir sino viviendo a Dios
desde dentro.
Hoy se hace más necesario que nunca
llevar a ese Dios interior nuestro allá donde vayamos, hagamos lo que hagamos,
estemos con quienes estemos. Necesitamos dialogar con ese Dios. Hacerlo
consciente, expresarlo comunicarlo.
Y porque no es “mi Dios”, sino el Dios
de todos y por lo tanto “el nuestro”, reconocer en todos y cada ser humano otro
templo, otro lugar sagrado, un semejante, un igual aunque diferente, porque en
esa pluralidad está la riqueza de un Dios que nos hace a todos uno en sí mismo,
acaba con separaciones, distancias, muros y puertas cerradas.
Pero esta historia de amor que acaba,
es al mismo tiempo principio, porque ya no podemos esperar que venga alguien a
salvarnos. Ahora somos nosotros quienes hemos de realizar esa salvación, o
liberación, o humanización que necesitamos y deseamos.
Con el Espíritu de Jesús encendiéndonos
en su amor sí podemos.