Con demasiada facilidad, incluso ligereza, nos
referimos a la Misa como si fuera algo de otro mundo, puramente espiritual.
Decimos el pan de los ángeles o el pan del cielo y nos quedamos tan tranquilos.
Se celebra y se vive de tal manera la Eucaristía que parece no tener nada que
ver con la tierra que pisamos. De ahí que puedan tener razón quienes critican a
los cristianos que comulgan con frecuencia pero siguen haciendo lo mismo un día
y otro día.
Sin cura no hay eucaristía. Así son las cosas.
Sin pan no hay eucaristía. Aunque parezca raro, así
también es la cosa.
Y hay más: sin hambre, no hay eucaristía. La Eucaristía
tiene sentido y es necesaria porque hay hambre.
Y en nuestro siglo XXI el hambre es una cruel
realidad.
Hambre de pan: millones de seres humanos,
particularmente niños, mueren cada año de hambre.
Hambre de dignidad: mujeres que sufren violencia
machista, niños que son objeto de abusos de los mayores, pueblos enteros son
ninguneados en las decisiones importantes que se toman desde despachos del
poder.
Hambre de sentido: en esta sociedad se aplanan los
sentimientos machacando a base de incitar al consumo y a vivir muellemente.
Por eso resuenan hoy con especial fuerza las lecturas
que acabamos de escuchar. “Recuerda Israel que tu Dios te alimentó en el
desierto con un maná que no conocían tus padres” dice la primera de ellas. “Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para
siempre”. Quien dice esto es el Jesús, el hombre histórico que calmó tantas
hambres y que entendió el sufrimiento de tantos hambrientos. Y finalmente San
Pablo no pudo decir con menos palabras todo lo que dijo: el pan y el vino que
comulgamos nos asocian de tal manera a Cristo que formamos un solo cuerpo, como
uno solo es el pan que comemos.
La Iglesia desde el principio entendió lo que
significa la eucaristía y la vinculó al mandamiento del amor fraterno. “Eran
constantes en la fracción del pan, todo lo tenían en común y nadie pasaba
necesidad”, se lee en Hechos de los Apóstoles. Y San Pablo a sus amigos de
Corinto les escribe: “Si cuando estáis en la asamblea unos comen mucho mientras
otros pasan necesidad, estáis profanando el Cuerpo de Cristo”.
Están tan unidas ambas realidades que se celebran
juntos hoy el día del Corpus Christi y el día de la Caridad. Al unirlas estamos
recordando que comulgar el Cuerpo de Cristo está íntimamente unido a compartir
el pan y la vida con los demás. Este vivir fraterno está indicándonos una doble
actividad: por un lado prestar atención a las necesidades de nuestro contexto
cercano para que, de lo que de nosotros dependa, nadie pase hambre de pan, de
dignidad, de sentido; y por otro, ampliar la perspectiva hacia el mundo y
practicar la “caridad política”. Es decir, unir nuestras fuerzas y nuestras
voces a la de tantos colectivos y personas que, desde diferentes culturas y
creencias, apuestan por un mundo más humano, más igualitario y más capaz de
contagiar sentido. Comulgar el Cuerpo de Cristo en una sociedad marcada por la
injusticia, supone permanecer en la esperanza activa de que “otro mundo es
posible”.