Si hay algo que es común a todo ser
vivo, porque está muy dentro de su naturaleza, es el principio de “acción –
reacción”. Isaac Newton lo definió para el campo físico del universo: las
acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido
opuesto.
Entendido en seres inteligentes,
significa que a un gesto favorable corresponde una respuesta semejante; a una
agresión, otra agresión; a un mal sentimiento expresado, odio o rencor como réplica.
Aplicado a la biología y psicología
humanas generalmente supone un desnivel o desproporción entre la acción recibida
y la reacción consiguiente. De tal manera que a un pequeño signo de cordialidad
solemos corresponder con un gesto amistoso de mayor fuerza y contenido; y también
que a una agresión respondemos con otra mayor o más cualificada.
Por eso en los ordenamientos jurídicos
de todos los pueblos desde el principio de la historia humana se trata de
contener la ira o la venganza, para que entre el daño recibido y la exigencia
de reparación se llegue a un punto de equilibrio, llamémoslo justicia, y no
degenere en un proceso sin final, que sería injusto.
La ley del talión, “ojo por ojo y
diente por diente”, pretende esto mismo: no devolver un mal más grande, no
exigir un castigo desproporcionado en aras de una venganza que nunca se siente
satisfecha.
Esto que consideramos natural y propio
de seres vivos que luchan por la supervivencia, a los ojos del Dios que predica
Jesús no parece serlo. No ha puesto él en lo creado ese sentido de justicia, no
pide que el orden roto se restablezca con venganza. Por eso escuchamos hoy, en
el evangelio pero también en el Levítico, que no es el odio sino el amor, no el
rencor sino el perdón, lo que arregla nuestros desarreglos.
Nuestros sistemas de justicia llegan
hasta donde llegan. A un simple ten con ten. Son tan limitados que necesitan
una corrección. Y Jesús nos ofrece esa mejora de parte del Dios que es Padre:
- Amor a los enemigos. Esto es lo que
predica Jesús. Un imposible para cualquiera.
- Perdón incondicional y absoluto.
Otro imposible, que Jesús vive y en lo cual es modelo de vida para sus
seguidores.
- No abrigar malos deseos hacia nadie.
Más difícil todavía, porque corresponde a lo más interior al ser humano, los
pensamientos que no se ven pero ahí están.
Su propuesta de trocar por buenos
sentimientos y acciones reparadoras nuestro natural vengativo y justiciero, en
mi opinión no tiene nada de natural. Como tampoco lo es que Dios quiera a todos
por igual, buenos y malos, y haga salir el sol y caer la lluvia sin hacer
diferencia.
Hay un plus en todo esto: Dios es
santo. Llegar a la santidad es nuestra vocación. Jesús vino a enseñarnos el
camino. Y él lo recorrió el primero.
Ser discípulos de Jesús es llevar
nuestra naturaleza a su grado más excelso. Eso sólo puede conseguirlo el Espíritu
que nos ha sido dado. Que le dejemos hacer en nosotros siendo dóciles a él.